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Un técnico informático medio tonto que seguramente estaba jugando a Fortnite con el móvil le dio a la tecla equivocada y se paró el mundo. Es la teoría del caos llevada a la práctica computacional. Si el aleteo de una mariposa en Singapur puede cambiar el tiempo en Matacán, el descuido de un empleado de Bill Gates puede dejarnos sin vuelo o sin reserva para ir de vacaciones.
En este mundo loco todo está en conexión y estos incidentes nos recuerdan que somos vulnerables, que la economía del planeta está sujeta con cuatro chinchetas, cuatro parches informáticos que en cualquier momento pueden fallar provocando la anarquía en nuestras vidas. Dependemos de unos pocos dedos que aprietan unas cuantas teclas. Como para echarse a temblar.
El caos del pasado viernes es consecuencia del inmenso poder de Microsoft, una empresa que vale más que todo el producto interior bruto de España en un año. Nuestro día a día depende de unas pocas multinacionales, casi todas norteamericanas. Siete de cada diez ordenadores de todo el mundo utilizan Windows, el software de Microsoft. Y uno de cada seis están protegidos contra los virus por CrowdStrike, la tecnológica estadounidense que falló cuando el operario metepatas la estaba actualizando.
Dependemos de los USA mucho más de lo que pensamos y de lo que deberíamos. Porque en Estados Unidos, donde tienen que elegir entre un político histriónico y otro senil, todo es posible. El vuelo de una bala desviada por el viento pudo cambiar la historia de ese país y del mundo. El proyectil casi le arranca la oreja a Trump. Unos centímetros más allá y le hubiera quitado la vida, pero así lo único que hizo el plomo fue relanzarle camino de la Casa Blanca. Dicen que a los españoles, como al resto de europeos, no nos conviene que gane el republicano, aunque nadie nos asegura que nos fuera mejor con gagá Biden. Igual confunde España con Corea del Norte y nos lanza un pepino nuclear.
Mientras Trump camina hacia la victoria imitando a Van Gogh desorejado, en España los chanchullos de la mujer del presidente del Gobierno provocan un plan para acoquinar a los medios de comunicación. Es la teoría del caos en su más pura expresión.
Así las gastamos en nuestro país. La derrota de uno en las elecciones desemboca en la amnistía de los otros en los tribunales y los delincuentes se convierten en héroes con un toque de la varita mágica del nada Cándido Conde Pumpido. Sin embargo, el Tribunal Constitucional representa el mejor ejemplo de una institución donde no solo no reina el caos, sino que funciona como una máquina perfecta con un resultado preciso y predecible. Las votaciones acaban siempre siete a cuatro a favor del sanchismo, sea cual sea el asunto en cuestión.
Por estas tierras tampoco nos libramos de los sistemas caóticos y sus nefastas consecuencias. El dirigente de un partido verde se levanta un día de mal humor y su rabieta provoca que Pedro Medina, que llevaba 21 años en la cocina de la Consejería de Agricultura, manejando con maestría los destinos del campo regional, sea expulsado con deshonor.
Aquí sabemos muy bien lo que es el caos. Y si no, que se lo digan a los vecinos del salmantino Paseo del Gran Capitán. Hace solo unos meses que acabaron de adecentarles la calle con dinero del proyecto Life, y ahora la vuelven a levantar para cambiar las tuberías del agua y los cables de la luz. Y nadie puede descartar que en cuanto acaben estos trabajos vuelvan a abrir las aceras en canal para meter el gas o la fibra. Solo es cuestión de que aletee la mariposa.
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