De Roldán a Koldo
Roldán dejó aquí su huella con ese cuartel de la Guardia Civil que se hunde, pero al menos perseguía a los etarras y no los abrazaba
La sombra de Luis Roldán, el más famoso de cuantos directores generales de la Benemérita lo han sido y que se llevó consigo el secreto del paradero de aquellos 2.200 millones de pesetas robados al Estado español, planea sobre la amenaza de ruina del mastodonte achacoso del cuartel de la Avenida Carlos I. Los huesos de los muertos acaban saliendo de las tumbas décadas después. En los noventa alboreaban los primeros casos de corrupción en el PSOE y la historia de Roldán ya dejaba entrever los objetos de la decoración habitual en los escándalos socialistas: comisiones, comilonas, cocaína, juergas con prostitutas y focas hinchables.
El mañico, al igual que uno de sus más recientes imitadores, el aizkolari y portero de club de alterne Koldo García, no tenía más formación que la de la calle ni más título que el de su osadía y su buen hacer en todo tipo de trapicheos. El no haber terminado el Bachillerato no le impidió ascender en los gobiernos de Felipe González, gracias a un currículo en el que se declaraba ingeniero industrial y economista, cuando lo más que podía decirse de él es que era muy ingenioso, demasiado, y ahorrador, demasiado ahorrador.
Durante los siete años que dirigió la Guardia Civil, Roldán demostró una querencia inusitada por las obras en los cuarteles, y no por compasión hacia los sufridos agentes, sino porque entre los ladrillos y el hormigón se camuflaban jugosas comisiones con destino a paraísos fiscales. El mamotreto de ocho pisos más altillo levantado en Salamanca sufre ahora los achaques propios de esas construcciones podridas por la corrupción y el edificio amenaza derrumbe.
El ministro Marlaska conoce desde hace meses el peligro que supone para los guardias civiles salmantinos caminar bajo techos que se vienen abajo y que no han provocado víctimas tan solo por «la buena fortuna», tal y como denuncia la Dirección General del Cuerpo en un informe previo a las obras de reparación.
Parece evidente que al titular de Interior le preocupa muy poco la salud de los agentes. Al Gobierno sanchista los guardias le caen mal, por eso los manda en botes de goma a combatir contra las imponentes narcolanchas de los traficantes y si mueren en acto de servicio, los socialistas (catalanes en este caso) les niegan incluso un minuto de silencio.
A la Guardia Civil se la expulsa de Navarra, del País Vasco y de Cataluña, se persigue a sus mejores mandos, como es el caso del coronel Diego Pérez de los Cobos, 'acusado' de negarse a prevaricar, y se le recortan los medios. En Salamanca a los números los obligan a jugarse la vida metidos en coches con más de trescientos mil kilómetros, y se les escatiman los chalecos antibalas.
Hay que entender a Sánchez y sus compañeros de gabinete. Ellos son muy amigos de los delincuentes, sean golpistas, prevaricadores o exterroristas, y la Guardia Civil siempre ha sido el peor enemigo de los criminales. Para el Gobierno sanchista, las fuerzas de seguridad no merecen más que desprecio, por aquello de que «los enemigos de mis amigos son mis enemigos».
A Sánchez lo que le preocupa es que le coloquen la equis del «caso Koldo». Una vez que su compadre Ábalos empieza a ser señalado como parte de una trama que salpica al propio Marlaska y a los expresidentes socialistas de Canarias y Baleares, el dedo solo puede apuntar hacia arriba.
De Roldán a Koldo, pasando por los ERE, el mayor caso de corrupción de la historia de España, lo único que se mantiene en el PSOE es la consigna de negar la mayor y esparcir la tinta del calamar. Al menos Roldán perseguía a los terroristas de ETA. Ahora les abrazan.