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Días atrás se hacía público que ayer lunes se estaría ventilando un juicio en Salamanca contra la dueña de un bazar en Ciudad Rodrigo por vender unas cuantas cartas falsas de Nintendo.
La pobre señora de la que solo trascendía que responde a las iniciales H. S. y que no era de nacionalidad española, está acusada de causarle un perjuicio de unos raquíticos 467 euros a la poderosísima multinacional japonesa, debido a lo cual el fiscal, que supongo que debería tener un día verdaderamente malo el día que supo de tamaño acto delictivo, pide para ella nada menos que un año de cárcel, lo cual es para alucinar en colores. Independientemente de lo que finalmente decida el juez, y de que efectivamente, vender productos falsificados incurre en un delito contra la propiedad industrial e intelectual, algo no acaba de cuadrar en esta acusación tan rigurosa, desproporcionada y poco equitativa.
Todos, absolutamente todos los domingos del año, uno detrás de otro, se están vendiendo en el rastro de la Aldehuela, no sólo cartas falsas de Nintendo (que también) sino todo tipo de prendas, artículos y productos falsificados sin mayores consecuencias. Desde camisetas de fútbol de cualquier equipo español o extranjero por el que ustedes sientan simpatía hasta bolsos, desde música o películas pirateadas a zapatos, desde chupas de cuero a preciosas braguitas. Y dejamos aparte ese otro tipo de productos alimenticios que en ningún caso han superado las más elementales normas sanitarias y de inspección para poder ser puestos a la venta. Hablamos solo de productos falsificados que incurren en el mismo delito que la venta de las cartas de Nintendo que despachaba esta tienda de Ciudad Rodrigo. Y todo se vende con absoluta impunidad y con pleno conocimiento de las fuerzas del orden y de las autoridades.
Las venden en este caso, no sólo extranjeros, como la vendedora a la que el Ministerio Fiscal quiere imponer esa pena de cárcel, sino también españoles de pura cepa, de esos que te asaltan a gritos con el «todobaratotodobaratotodobarato» dejándote medio sordo para todo el resto del día.
¿No podría cualquier domingo este señor fiscal, que parece ciertamente despistado, acercarse al rastro a ver cuántos presuntos delincuentes podría localizar con un simple paseo entre los puestos? Tengo mucha curiosidad por saber el número de acusados y la sorprende cifra de docenas y docenas de años de cárcel que pediría al día siguiente en el juzgado correspondiente.
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