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Si ustedes han tenido la oportunidad de acercarse estos últimos días a la Casa de Las Conchas, habitualmente un auténtico y acogedor oasis de tranquilidad y respetuoso silencio, como todas las buenas bibliotecas, seguro que se habrán llevado al igual que un servidor una sorpresa morrocotuda. Más que un refugio y un espacio reservado para los amantes de la lectura, ha estado convertida en una imprevisible zona de tortura.

Todo gracias a la más insoportable y terrible banda sonora que allí se escuchaba desde primeras horas de la mañana. Un horroroso gazpacho de trap, reggaetón, música verbenera, rock ratonero y otras delicias, bien dispuestas a taladrar el cerebro de todos los usuarios de la misma, que por momentos nos mirábamos sin poder disimular la angustia que procura un ensordecedor ruido que de improviso se nos cuela martilleándonos sin compasión el cerebro.

Y no. No piensen que es que alguno de los amables bibliotecarios que allí trabajan estuvieran haciendo estos días prácticas de discjokey. Realmente, aunque supongo que con el transcurrir de los días se irían perpetrando con cascos y algodones para los oídos, a ellos, también se les veía alterados con la matraca terrorífica que se les colaba en el edificio desde el exterior.

Simplemente se trataba de las madrugadoras casetas de la llamada Feria del Día y más concretamente de las colocadas justo al lado, sobre una de las cuales descansaba un colosal altavoz instalado en el techo de la misma disparando a un volumen bastante inhumano la terrible setlist ya descrita.

He aquí otro ejemplo de hacia dónde algunos tratan de conducir a esta bendita ciudad, por lo que se ve mucho más entregada, y con todo tipo de bendiciones institucionales, en expandir y extender incluso por las zonas menos recomendables los efluvios y el espíritu del más insalubre y hortera botellón que en recordarnos a aquella limpia, respetuosa y culta Salamanca que alguna vez se hizo acreedora del título de capital cultural europea.

¿Tanto costaba regular, entre otras muchas cosas, unos horarios, decibelios y lugares más adecuados, respetuosos y razonables para la instalación de estas horribles e innecesarias casetas retirándolas a otras zonas donde molesten lo menos posible?

Mucho me temo, que tal y como están las cosas, resultaría mucho más factible pedir que nuestras autoridades se planteasen para el próximo año trasladar concha a concha y piedra a piedra la Casa de las Conchas a otro lugar, donde estorbe y moleste lo menos posibles a los fanáticos de esas casetas. Manos a la obra.

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