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El pasado viernes, una moción del grupo municipal socialista que proponía el 2025 como año dedicado a la gran escritora salmantina Carmen Martín Gaite, coincidiendo con la celebración del centenario de su nacimiento, resultaba aprobada por unanimidad por el resto de los grupos políticos.

Remarquémoslo. No deja de ser un notición bastante extraordinario. Hasta la fecha solo eran capaces de ponerse de acuerdo por unanimidad cuando se trataba de subirse el sueldo en comandita. Estamos pues ante una de esos rarísimas y excepcionales ocasiones, en las que nuestras queridas autoridades aparcan sus rencillas e intenciones partidistas para reconocer la obra de una de nuestras escritoras más destacadas y fomentar, que nunca está demás, a través de distintos actos culturales la lectura y la difusión de una obra aunque ya sea universalmente apreciada.

Incluso aunque no sea tan leída entre las filas conservadoras como Fernando Sánchez Dragó o Juan Manuel de Prada, la obra de Carmen Martín Gaite es decididamente progresista lo cual significa que tal y como está el patio entre nuestros políticos siempre interesados en subir a hombros a cualquier intelectual que consideren propio pero a ignorar y menospreciar la obra de todos aquellos adscritos a ideologías contrarias, en esta ocasión le debamos agradecer el detalle mucho más al PP y a Vox que a los propios socialistas por más que de ellos partiese esta propuesta tan oportuna y necesaria.

Ojalá que esta votación excepcional e increíble marcase desde ya mismo un tolerante punto de inflexión para que a partir de ahora cualquier acuerdo que sirva de homenaje a cualquier otra personalidad de nuestra cultura, provenga de donde provenga y pertenezca al bando que pertenezca, sea tenida en cuenta y debidamente promocionada.

Salamanca nunca ha sido una tierra muy afectuosa con sus hijos, especialmente con aquellos cuya obra se mostró en algún momento más comprometida de la cuenta. Tal vez vaya siendo hora de empezar a darles un poco más de cariño en vez de mostrarse tan «rancia y áspera» como la definía hace no mucho tiempo otro de nuestros hijos pródigos, el gran Carlos Boyero, mucho me temo que en este caso, ya no sólo por el flagrante olvido institucional, sino por ciertas vivencias del genial crítico en alguno de esos internados religiosos donde en su día le cayeron más capones, tortas y reprimendas de las que buenamente podía asimilar un adolescente brillante, inquieto y rebelde pero también la oveja menos dócil del sufrido y maltratado rebaño.

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