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Una vez que, salvo honrosas excepciones, nos han demostrado tanto los de un bando como los del otro que sin duda su quehacer favorito y con el que más disfrutan es corromperse, tolerar que se corrompan sus colaboradores o encubrir los actos delictivos de sus parejas o allegados, podría haber cierta discrepancia a la hora de señalar cuál sería su segunda faena preferida.
Pero mira por donde finalmente estos días nos lo están dejando clarísimo. Su segundo hobby predilecto es pedir la dimisión de todos aquellos colegas del bando contrario, especialmente de aquellos que se interponen en su afán obsesivo y empecinado por conquistar o eternizarse en el poder.
Los hay que desde que amanece, cuando conceden su primera entrevista, hasta que se acuestan cuando vomitan sus últimas declaraciones públicas, no hacen otra cosa a lo largo del día que pedir dimisiones, una actividad que ejecutan con una pasión admirable, en la que echan mano de todo tipo de furibundos aspavientos y gestos histriónicos de incontenible rabia como si en ello les fuera la vida. Y eso que saben de sobra que jamás nunca en la historia nadie ha dimitido porque se lo pida su adversario político.
Lo curioso es que al mismo tiempo que esa autoridad pide dimisiones al por mayor de sus adversarios, es también seguro que una buena cantidad de micrófonos estén recogiendo las mismas peticiones pero para que él también dimita, emitida en esta ocasión desde el bando contrario con el mismo énfasis y vigorosa intensidad.
Asistimos por tanto los sufridos ciudadanos a un cruce de petición de dimisiones diarias de unos a otros como quien asiste a un partido de tenis entre Djokovic y Alcaraz volviendo la cabeza a diestra y siniestra del hemiciclo. Va la pelota de petición de dimisiones de izquierda a derecha y de derecha a izquierda mareándonos sobremanera mientras crecen de verdad nuestros auténticos problemas, problemas de los que ellos no pueden ocuparse al estar tan entretenidos pidiendo dimisiones, una moda que no se circunscribe tan solo a las más altas instancias sino en la que también está entrando ya cualquier alcalde de pacotilla de la ciudad más humilde aunque nadie lo escuche en realidad, pero al que también pareciera que le conviene sumarse al guirigay no sea que desde arriba alguien venga a considerar que no responde a las expectativas de la fidelidad y lealtad debida a la banda que pertenece.
Por Dios qué cruz tenemos con ellos.
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