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Hay quien ante la impotencia de tanta destrucción en esas zonas devastadas de Valencia o Albacete y aún con las lágrimas en los ojos se calzó unas botas de goma, pilló un cubo y una pala en el garaje y cruzó la ciudad montada en una vieja bicicleta para acercarse al desastre e intentar de alguna forma ser útil ante tanta desolación.
También, por increíble que parezca, quien ante los mismos terribles sucesos encontró la ocasión perfecta para acercarse corriendo al ver reventada la puerta de una joyería, colarse y meterse en el bolsillo unos cuantos relojes antes de desaparecer como una rata de cloaca entre el lodo, los enseres flotantes, las montañas de coches destripados y hasta los cadáveres.
Son lo mejor y lo peor del ser humano. El ejército de ángeles que se acerca dispuesto a ayudar y esa otra tropa, afortunadamente mucho menos numerosa, de inmundas ratas que siempre afloran en estas brutales crisis humanitarias que se repiten cada cierto tiempo y parece que cada vez con más virulencia.
Si se fijan bien, entre los primeros, la chica con las botas de goma, el cubo y la pala que se ofrece como voluntaria, se parece un montón a aquellos sanitarios que se lanzaban durante la pandemia cubiertos exclusivamente con unas simples bolsas de basura a tomar de la mano a los enfermos que agonizaban intentando llevarse a los derrotados pulmones una última bocanada de oxígeno.
Los segundos, esas ratas surgidas del vertedero que asaltan las tiendas descuartizadas por las riadas también guardan una extraordinaria similitud con aquellos especuladores que se hicieron de oro negociando el precio de las necesarias mascarillas desde sus enmoquetados despachos aprovechando el dolor y la muerte de tantísima gente.
Intentando pastorear ese ejército de ángeles y ratas vemos una vez más a nuestros políticos, tan ineficaces como incapaces de asumir sus responsabilidades, culpándose los unos a los otros. Pero no se confundan. Si se fijan bien en ellos, advertirán que aunque con sus tonos grises, no todos son exactamente iguales. Los hay con buena voluntad y en cuyos rostros puede distinguirse su intención de formar parte del ejército de ángeles que intentan ayudar. Lamentablemente también los hay incapaces de disimular su rostro de inmunda rata de alcantarilla tras el disfraz del ángel. Son esa gente que intenta aprovechar electoralmente la desgracia de la gente para sumar votos. Quédense con su rostro. Saber distinguirlo será cada vez más fundamental.
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