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Observo que tímidamente está entrando en el debate público el desastre que es el mercado laboral español, tocado de muerte por la gangrena causada por una educación criminal, una revolución tecnológica que sólo está sirviendo para freír cerebros, y una adicción a un sistema cada vez más totalitario y corrupto.
Ahora algunos se están dando cuenta de que España se queda sin trabajadores (y por ende, sin empresarios), aunque tenemos una tasa salvaje de desempleo de casi el 12 por ciento. Parece cosa de brujas, pero es peor: es cosa de una sociedad enferma liderada por el enemigo político que nos legisla y gobierna y por los «rubiales». Porque no dejamos en paz al tal Rubiales sin darnos cuenta de que somos un «país de rubiales», mezcla de sinvergüenzas, de horteras y de feministas trasnochadas. Al entrar en España no se lee «Bienvenidos», sino «sálvese quien pueda».
La decrepitud del mercado laboral nos está fundiendo como sociedad. Nada nuevo bajo el sol: si la ministra de Trabajo es Yolanda Díaz, imagínense cómo estaremos de ahí para abajo. De nuevo Delacroix llama a mi puerta: Yolanda Díaz guiando al pueblo al matadero. Gracias Eugène por ayudarme a llorar.
La realidad es que no hay gente para trabajar ni se la espera. Trabajar no mola y siendo generosos, la última generación motivada, trabajadora y responsable está al borde de su jubilación. Después, el abismo, ese al que nos conduce el país de truhanes y vividores que hemos hecho entre todos. Todos (usted, no se esconda). Eso sí, tenemos toneladas de universitarios y como prueba del fracaso de nuestra formación doblamos la media europea de universitarios ocupados en tareas no cualificadas, según un reciente informe de la Cepyme, que también refleja que actualmente hay al menos 150.000 plazas de trabajo sin cubrir, mientras pequeños negocios ya están cerrando ante la falta de personal. España es hoy víctima además del peor «fentanilo»: las ayudas públicas indiscriminadas y sin control alguno. Y si el problema nacional es gravísimo, en lugares despoblados y pobres como Salamanca, se dispara: aquí no va a quedar ni el Tato. Una sociedad no puede subsistir a base de alquilar pisos a estudiantes. El mundo se mueve con el trabajo, con la inquietud, con la creación, con el esfuerzo, con el enriquecimiento personal que, a la postre, es el objeto de nuestra vida y base del progreso y el bienestar colectivos.
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