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Algunos datos recogidos por los periodistas Noa de la Torre y Francisco Pascual nos aclaran la incompetencia de las autoridades ante la catástrofe ocurrida en Valencia: A las 16.05 h. del 29 de octubre, el alcalde de Utiel, Ricardo Gabaldón, entró en directo en el programa La Ventana de la Ser al borde de un ataque de ansiedad: «Hace horas que se ha activado a la UME, pero no han llegado los efectivos. No nos importan los daños materiales, nos preocupan las vidas de los ciudadanos».
Poco antes de su intervención radiofónica el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, comparecía ante los medios y auguraba un «desplazamiento del temporal hacia el Norte», lo que convertiría la situación en más benigna. Un falso pronóstico que procedía del jefe de la Aemet en la televisión autonómica.
La consejera de Interior, Salomé Pradas, fue quien asumió la dirección de la Emergencia. La Delegación de Gobierno se puso en contacto con Pradas para ofrecerle activar los servicios del Estado, según fuentes de este organismo. En concreto, hablaron a las 12.23 h. y a las 12.48 h.
Estas y otras noticias muestran que tanto el Gobierno nacional como el de la Comunidad Valenciana no estuvieron a la altura exigible en una catástrofe como ésta, pero los errores más graves se produjeron, a mi juicio, antes de esta DANA, pues nadie hizo nada para evitar este desastre. ¿Por qué no se hicieron las obras públicas que evitaran los desbordamientos? ¿No hay en Valencia ingenieros de caminos capaces de diseñar obras que eviten estos despropósitos? ¿Cómo es posible que no se hayan hecho obras civiles capaces de evitar la entrada en zonas habitadas de tales torrentes destructivos?
Me acojo a este propósito a las palabras del diplomático Juan Claudio de Ramón: «En la ominosa cadena de negligencias que han conducido a la tragedia de Valencia se advierte por todos lados el factor humano: la llamada que se hace tarde, la reunión que no se celebra, la obra que no se hizo, el expediente que se dejó morir. No hablamos de un Estado fallido, sino de un Estado muelle y criminalmente holgazán. No necesitamos un superferolítico Estado emprendedor que dilapide el dinero en inversiones ruinosas, ni tampoco un Estado retórico y predicador que se complace y se conforma con recitar el catecismo en boga. Vale más un modesto Estado trabajador que desbroce matorral para evitar incendios y limpie los cauces y construya diques para evitar riadas. Menos jaculatorias contra el cambio climático y más prever y más barrer. Así se salvan vidas.
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