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Los carteles de Cuéllar sacan las vergüenzas al más desvergonzado. Son una falta de respeto a quien derramó su sangre en el ruedo y a quien entregó su vida por darle la categoría a una plaza que nunca la tendrá mientras no sepa valorar los esfuerzos ni tengan la sensibilidad para ser justa. El año pasado un torero estuvo a punto de morir en las astas de aquel Caminante de Cebada Gago, pero ni eso ni las tres orejas que paseó Manuel Diosleguarde le han servido para que vuelva a actuar este año allí. Que, por otro lado, maldita la gana de volver al lugar del crimen... La plaza, la feria, el pueblo y el alcalde tendrían que ser quienes agradecieran más el gesto de que Diosleguarde quisiera volver a hacer el paseíllo en ese escenario a que el propio Manuel quisiera volver a un lugar que jamás le dará nada, más que remover los fantasmas de la tarde más dura y crítica de su vida. Cuéllar ha ninguneado sin pudor a un torero honrado, honesto y valiente que no merece ese trato.
Los carteles de Cuéllar deberían haber girado este año en torno a Diosleguarde, el héroe que está vivo de milagro (el milagro se llama Marta Pérez, la cirujana salvadora) tras la cornada más brutal de 2022. La vuelta del torero a ese escenario hubiera sido un acontecimiento, hubiera vuelto a poner en el mapa a esa feria. Sin embargo, ha sido lo contrario, el desprecio del alcalde dando el sitio de privilegio a otros antes que a Diosleguarde le ha llevado a cometer una de las injusticias más crueles y vergonzosas del año. Un atropello sin sentido que le ha dejado retratado para convertirse en la diana de todas las críticas. La dramática angustia de la enfermería, las interminables horas de quirófano para obrar el milagro, la femoral rota, la sangre incontrolada a borbotones, la incertidumbre vital, los dos meses de hospital, la interminable y dura rehabilitación, la angustia del futuro... han caído demasiado pronto en el olvido generalizado del toreo que no es más que la desagradable realidad hoy del toreo. En las grandes ferias con los empresarios poderosos y en los pueblos donde los alcaldes presumen de un falso torismo ninguneando a quien de verdad se atreve a jugarse la vida para darles una categoría que jamás tendrán.
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