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Susto o muerte

El único camino para no depender de la industria farmacéutica o de para qué lado se le movió el flequillo a Trump es la investigación

Viernes, 1 de agosto 2025, 06:00

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Hace un par de meses Donald Trump afirmó que Estados Unidos estaba sufragando la sanidad europea. En concreto, aportó unas supuestas estadísticas -no hay que creer a pies juntillas los cartelitos que le gusta mostrar al presidente- que demostraban que «el mismo medicamento, el mismo envase y la misma pastilla cuesta diez veces más en Estados Unidos que en algunos países de Europa». Bajo ese mantra del 'Europa ens roba', Trump amenazó a la industria farmacéutica con firmar un decreto que obligaría a reducir hasta un 80% el gasto de los medicamentos dentro del territorio americano. O dicho de otra manera, si la industria no quiere perder dinero, tendrá que bajar los precios a los americanos y subírselo a los europeos para alcanzar una rentabilidad equilibrada.

La advertencia asusta, porque podría tener consecuencias muy graves en el resto del mundo, pero recordemos que también prometió construir un muro a lo largo de toda la frontera con México y que lo pagarían los mexicanos. Al final no hizo el muro.

Aunque es muy difícil hablar de sanidad europea, porque el sistema en cada país es muy variopinto, sí se puede decir que la gran diferencia entre la sanidad europea y la americana es el concepto de 'público'. En Europa se cree en la sanidad pública. Algunos países te piden el dinero por adelantado y luego te lo devuelven. Otros apuestan por el copago y otros, como el nuestro, te lo descuentan de la nómina y parece que no enteras. Pero lo importante es que el miedo que tenemos los europeos al enfermar es el de morirnos, pero no el de la factura. Eso no sucede en Estados Unidos, donde siguen repitiéndose casos de españolitos que se tropezaron por la calle, se les ocurrió llamar a una ambulancia y casi les toca endeudar a los hijos de los hijos de las próximas generaciones para hacer frente a los gastos de la atención sanitaria.

La amenaza de Trump podría sacudir nuestros cimientos. Multiplicar por cinco -o más- el gasto farmacéutico de un día para otro sería insostenible para el sistema.

Por poner un ejemplo, el Hospital de Salamanca gastó el pasado año casi 100 millones de euros en farmacia hospitalaria, pero es que el gasto que hacemos los salmantinos en las farmacias de nuestro barrio es mayor. El pasado año se superaron los 115 millones de euros en medicamentos con receta. Teniendo en cuenta el gasto y el número de envases dispensados, el precio medio del envase con receta fue de 12,5 euros. ¿Qué pasaría si la industria nos dice que, a partir de ahora, lo que valía 12 euros va a costar un mínimo de 50 euros? O que los oncofármacos que dispensa el Hospital van a situarse en medio millón de euros cada uno. No es posible. Los enfermos dejarían de recibir los tratamientos más adecuados para ellos. Es eso, o dejar que las infraestructuras del país se caigan a cachos y los sueldos se desplomen para poder destinar casi la totalidad de los impuestos a la sanidad.

Estas hipótesis sirven para poner en valor la importancia de no depender ni de la industria, ni de cómo el viento le mueve el flequillo a Trump cada mañana: la importancia de los CAR-T académicos -los que fabrican ya nuestros hospitales sin necesidad de comprarlos a las grandes marcas- y el único camino para no depender es la investigación.

Presumía esta semana Diana Morant -ministra de Ciencia e Innovación- de que «este Gobierno sigue apostando como nunca por la ciencia en nuestro país». Le ha faltado a tiempo a los líderes científicos para recordarle a la ministra que cuando sacas pecho corres el riesgo de que te lo partan. «Cuando os hablan de 'histórico', 'apoyo sin igual' y cosas similares, españolito científico que vienes al mundo échate a temblar», reflexionaba con sorna Xosé Bustelo. Pues eso, que Dios nos pille confesados... y Trump, vacunados.

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