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Recuerdo el día en que le pregunté a un recién nombrado secretario de Estado cómo había llegado al cargo. Más aun, la reacción de alguna de las personas que le rodeaban en aquel momento, previo a un acto institucional en que coincidimos. Según me explicaron más tarde, todo se debió a que yo había puesto en duda la irrefutable capacitación del nuevo gestor, cuando, en realidad, lo conocía bien, muy bien. Bueno, eso creía hasta que le vi tomar decisiones que, a día de hoy, sigo sin comprender. Desde luego, el hecho de dañar a personas de valor que le ayudaron, sin duda, a llegar a tan honorable cargo público. «Así es la política», estoy casi seguro que me diría hoy, si le pidiera explicaciones. En realidad, yo solo quería saber por pura curiosidad casi pueril, y desde luego periodística, el recorrido que tiene un nombramiento de ese perfil: cómo te enteras, quién te llama; si antes de la noticia, te llegan rumores o directamente el bombazo; cómo te hace sentir, cuántos personajes del entorno se apuntan el tanto de tu designación, o lo pretenden, y cosas así. Total, que el más bien cómico enfado del personal subalterno de aquel día no dejó de estar de más. Hubiera bastado con preguntarme a qué me refería. Igualmente, nunca me he sentido mal por la pregunta, que todavía resuena en mi cabeza. Y a eso vamos.
Óscar López y un servidor compartíamos, con cierta asiduidad, un restaurante de comida diaria en una localidad del noroeste de Madrid. Un lugar pequeño, donde la distancia entre las mesas te da para hacer un cierto seguimiento al resto de los comensales. Yo solía ir acompañado. Él siempre solo. La política es así, seguro que también valdría decir en este caso. Sobre todo, si has perdido en cada ocasión en que te has presentado como candidato. Honor que acompaña al nuevo ministro. No obstante, en política, vale con ser obediente y decir a tus superiores las cosas que les gusta oír, para ir de jefe de los Paradores de Turismo de España a portavoz en el Senado, o en las Cortes de Castilla y León. Minucias, al fin y al cabo. Bien pagadas, eso sí. Compartimos también lugar de nacimiento y una vinculación a Castilla y León. La mía de mayor raigambre, sin duda, porque tengo la sensación, repasando su recorrido, de que él solo se aprovechó de sus raíces para hacer carrera política y nada más.
Pocas veces me leerán tan crítico, pero hay cosas que rayan lo insultante, y así me sentí, cuando escuché las primeras palabras del nuevo ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública: si todo lo que tiene que ofrecer es su dudosa elocuencia, porque llevaba «casi seis años sin hablar en público», y la amenaza de que «habrá para todos, también para la oposición», deberían destituirlo inmediatamente, como pasó con Máximo Huerta, que duró siete días al frente de Cultura y Deporte.
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