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Los comportamientos machistas en nuestra sociedad son un hecho irrefutable. Se puede discutir, como todo. Un debate tan eterno y profundo que llegaría a dejar sin resuello al alumno más aventajado de Demóstenes. También hay comportamientos homófobos y racistas encastrados, enraizados en nuestras costumbres. En esto no sirve hablar de tradiciones. Un simple repaso a los chistes que se contaban no hace tantos años en los programas de la televisión única de entonces es prueba suficiente. O de negros, o de mariquitas, o de pobres, o de tontos, ya fueran gangosos o subnormales. Ni que decir de los machistas. Incluso se entendía como natural que una mujer tuviera que aceptar de buena gana un exabrupto por la calle o en el trabajo. Piropos, se llamaban. Hablamos de hace un puñado de décadas, cuando el acoso se concebía como una oportunidad laboral.
España tiene como gran hito en su historia haber permitido a regañadientes la equivocada hazaña del descubrimiento del nuevo mundo que se basaba en llegar a las Indias, aunque se terminó desembarcando en las Américas. Una proeza descomunal que cambió el rumbo de la historia y que convirtió a un pequeño país en el gran colonizador. ¡Qué orgullo patrio! Las tornas han cambiado siglos después. Primero, fueron las grandes urbes las que tuvieron que ir acostumbrándose a recibir un flujo continuo de extranjeros. De paso al principio y más tarde con aviesas intenciones de establecer aquí sus vidas. Ahora, en una ciudad como Salamanca se va entendiendo la mezcla que provoca una mayor diversidad. Hay ciudadanos de diferentes países latinoamericanos. Poco a poco van viniendo subsaharianos. Hace algunos años, fueron los primeros colonizadores del este de una Europa muy distinta. Personas que no tienen un futuro en sus países de origen.
Cada mañana, veo a un grupo de chicos jóvenes, negros, supongo que africanos, acudir a recibir formación en Santa Marta de Tormes. Van en grupo, hablando y riendo, y yo siento que mi país es mejor así. Primero, porque los ayudamos, o eso espero, a que tengan un horizonte vital. Segundo, porque la tierra que piso no es mía. Solo nací aquí, y eso no me da su propiedad. Como las mujeres no son de los hombres, ni los hijos. Como que las únicas costumbres ponderables y buenas prácticas no son las de los heterosexuales. Los padres del mañana aprenderemos con nuestros hijos. Tendrán relaciones sociales y de pareja con chicos y chicas con diferente color de piel. Y dejaremos de ser racistas, cuando no les preguntemos «¿tú, de dónde eres?». Más allá de lo mal que queda, la mayoría puede que hayan nacido ya aquí, como cualquiera de nosotros. Por desgracia, seguirá habiendo quienes digan que no tienen los mismos derechos o no tanto como «los de aquí». Y, por supuesto, les seguiremos diciendo que no somos racistas. Ni machistas.
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