Nadal, triunfo en piedra de Villamayor
«El excelso palmarés del ahora doctor con 92 títulos se une a la grandeza de la Universidad con su impronta de 800 años de historia»
Esther del Brío
Domingo, 5 de octubre 2025, 05:30
Era la primera vez que Rafa Nadal levantaba en sus manos un trofeo hecho de piedra de Villamayor. No sabíamos si se atrevería a hincarle el diente, como acostumbra, pero nadie le presionó a hacerlo. Un trofeo en piedra, el Vítor, que representa el doctorado honoris causa que Rafa recibía en una concurrida y preciosa ceremonia en el Paraninfo de nuestra Universidad salmantina.
El excelso palmarés del ahora doctor Rafael Nadal, sus 92 títulos, 22 grand slams, sus 14 Roland Garros se une a la grandeza de nuestra Universidad, que también le confiere al tenista la impronta de 800 años de historia. De la huella de Rafa en la tierra batida de la Philippe-Chatrier a la dorada piedra de Villamayor que embellece nuestra ciudad y nuestro estudio.
Este doctorado honoris causa reconoce la excelencia en el deporte del mejor atleta español de todos los tiempos y uno de los mejores del mundo. Con ello la Universidad de Salamanca reconoce por primera vez los méritos de un deportista y salda una deuda con una disciplina, ya universitaria, que fue parte de la paideia griega.
Hace mucho tiempo que las competiciones deportivas no las ganan los más veloces, los más altos, los más fuertes (citius, altius, fortius) sino que influyen la estrategia, la inteligencia, el control mental, la disciplina y el cuidado del cuerpo y la mente. Rasgos que definen a Nadal, un jugador excelso en un deporte individual, que ha puesto todo el peso del triunfo en su propio sacrificio, en su esfuerzo, su entrega, poniendo el alma en cada partido y en cada bola. Un jugador que ha llevado a toda España a sufrir con él, a disfrutar con él, en una extraña catarsis colectiva en la que nadie perdía la confianza puesta en él. Nadal siempre daba un poco más, siempre se esforzaba un poco más. Nada parecía imposible cuando Rafa estaba en la pista. Su ¡Vamos! es ya un lema universal que quedará para siempre unido a él, y que en nuestra Universidad se confunde con el grito de ¡Vítor!
La excelencia de Nadal no se mide sólo en número de triunfos, de partidos, de grand slams, sino que vibra en su personalidad arrolladora. Siendo muy joven supo romper todos los moldes del mundo del tenis, un mundo hasta entonces tan elitista y cerrado que solo se pudo romper gracias al amor del público hacia el chico de Manacor que pulverizaba todos los récords con su pelo largo, su camiseta sin mangas, sus pantalones pirata y su cinta en el pelo.
Fue la pasión de Rafa, contagiada a españoles y extranjeros, la que se impuso finalmente en París, Londres, Sydney, Nueva York, Madrid o Barcelona. Junto a su imagen rompedora y su fuerza arrolladora, mezclada con esa inocencia humilde que siempre ha sabido conservar, Rafa fue el tenista más innovador de todos los tiempos, también el más difícil de batir, por su técnica, por su estilo de juego, pero sobre todo por su lucha. Aún resuenan las palabras de McEnroe en la televisión británica en ese Wimbledon de 2005 que seguí desde mi casa londinense (porque ya se colgaba el cartel de «sold out» en todos sus partidos): «¿es que va a luchar cada punto de esa manera?».
McEnroe, el tenista que probablemente más raquetas haya destrozado en su carrera deportiva, se asombraba de la «furia» del tenista español, al mismo tiempo que recibía la mayor lección de deportividad de ese chaval, que ni siquiera a sus 17 años había roto públicamente una raqueta. Un récord que mantendría hasta el final de su carrera. Respeto al contrario, ilusión por el triunfo pero humanidad en las formas. Esas han sido las señas de identidad de Nadal, que ha transmitido a todos los jóvenes tenistas de generaciones posteriores, marcando así una nueva forma de jugar y disfrutar el tenis, una nueva forma de vivir los triunfos. Porque Rafa ha sido un deportista en el sentido griego, para quienes el deporte aportaba a los jóvenes disciplina, autocontrol y valores cívicos.
Un deportista único. Que el deportista más famoso de España no sea un futbolista (aunque también le dé bien al balón) parece ya de por sí un gran mérito.
Junto a Nadal recibirá en octubre el doctorado honoris causa la más joven de las doctoras honoris causa de la Universidad de Salamanca, la premio Nobel, Emmanuel Charpentier. Dos jóvenes triunfadores, cada uno en su disciplina, que han tenido el valor y la generosidad de haber entregado su juventud, su vida, su tiempo de oficio a ser los mejores en su profesión, a darlo todo, sin saber qué recibirían a cambio. Los dos han tenido la madurez, la sabiduría y también la ambición de superarse a cada paso. Emmanuel piensa que es posible conseguir un segundo premio Nobel, de la misma manera que Rafa supo que podía ganar 7 Roland Garros, y tanto lo creyó que llegó a ganar 14.
Ambos luchadores se convierten en doctores por la Universidad de Salamanca en un curso casi mítico, el 2025-2026, año del V Centenario de la Escuela de Salamanca. Hay quien culpa a nuestros 800 años de historia de anquilosar a nuestra alma mater y anclarla al pasado, qué equivocado me parece ese razonamiento. Quienes respetamos nuestros ochocientos años de historia queremos que la Universidad recupere el protagonismo que tuvo cuando en su edad de oro recibía a los mejores pensadores, filósofos, profesores valientes que se atrevían a encararse con el emperador Carlos V para que difundiera su recién creado derecho de gentes. Hay que volver a esa excelencia, pero desde una universidad del siglo XXI. Una universidad que debe primar la innovación, la creatividad, la sabiduría, el saber hacer adaptado a nuestra nueva forma de vida, a los intereses de nuestros jóvenes. Jóvenes cada vez más preocupados por el bienestar colectivo, el medioambiente, la diversidad, la salud y la forma física. Una juventud que, como en la Grecia antigua, no entiende la excelencia si no va unida al cuerpo y a la mente. Una juventud que debe mirarse en el espejo de estos dos nuevos doctores honoris causa que no han dudado ni un momento en dejarse la piel por un trabajo bien hecho, y sobre todo para ser ellos mismo. Ante este sacrificio sólo puedo decir ¡Gracias! Y hoy, en especial ¡Gracias, Rafa! Por acompañarnos en el camino de nuestras vidas poniendo esa ilusión y esa pasión tan difícil conseguir. Por darle alegría y esperanza colectiva a un país que tan pocas veces sabe reconocerse a sí mismo. En recompensa, hoy solo podemos decir: Universitas Studii Salamantini, Vítor.