Mario Vargas Llosa y Salamanca
«El acto del Honoris Causa fue de los más importantes y emotivos que se han celebrado en el Paraninfo de la Universidad»
Carmen Ruiz Barrionuevo
Domingo, 20 de abril 2025, 06:30
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Carmen Ruiz Barrionuevo
Domingo, 20 de abril 2025, 06:30
Cuando en la mañana del 17 de septiembre de 2015, Mario Vargas Llosa hizo entrada en el Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca se cumplió el deseo compartido de que el escritor peruano, sin duda el más reconocido de las letras hispanas, formara parte del Claustro de Doctores. El proceso había sido largo, quizá por lo excesivo del objetivo.
Tres años antes, en 2012, ya se pudieron dar algunos pasos, como conversaciones varias con las autoridades universitarias salmantinas y contacto con el propio escritor, que algunos veían lejano e incluso nada propicio a ese honor. Pero su interés se desveló pronto. Reproduzco el correo electrónico que la secretaria del escritor, Lucía Muñoz-Najar, me envió desde Lima, el 12 de octubre de 2012: «Le escribo en nombre del señor Mario Vargas Llosa para agradecerle su carta del 7 de octubre y su generosa iniciativa de solicitar a su universidad iniciar el proceso para la concesión del Doctorado Honoris Causa. El señor Vargas Llosa me encarga decirle que se sentiría muy honrado de recibir esta distinción». Y, sin embargo, a partir de ese momento, fueron dos años más de espera hasta que en los meses finales de 2014 la propuesta fue sucesivamente aprobada por las instancias de la Universidad.
El acto fue, sin duda, en especial para los que lo vivimos de cerca, de los más importantes y emotivos que se han celebrado en nuestro Paraninfo en las últimas décadas. Y no solo por la dimensión del homenajeado, Premio Nobel, Premio Cervantes y una larga lista de reconocimientos, sino también por la discreción y la cautela que hubo que infundir en cada uno de los pasos del escritor en nuestra ciudad. Justo en esas fechas estaba asediado por la curiosidad a causa de su relación con Isabel Preysler, con lo que los medios de comunicación y, sobre todo la prensa del corazón, lo seguían a todas partes. De este modo el equipo del Rectorado hubo de poner en marcha un discreto y efectivo plan para conseguir que el acto se desarrollara con fluidez y sin incidentes, y que el propio Vargas Llosa, siempre muy celoso de su intimidad, no fuera molestado. El edificio histórico se convirtió, sin trabas para los profesores y público participante, en una especie de fortín al que solo accedieron las personas y la prensa interesadas en el acto que se iba a desarrollar. Ya entonces se pudo percibir la especial dimensión de ese día que hoy cobra un sentido aún mayor por el fallecimiento del escritor el pasado 13 de abril en Lima.
En ese momento Mario Vargas Llosa era uno de los escritores de lengua española de trayectoria más larga y reconocida internacionalmente, sobre todo como narrador y ensayista. Cualquier lector que vaya revisando su obra, traducida a más de cuarenta idiomas, encontrará una serie de títulos que traspasarán las fronteras en los años 60, sobre todo con las novelas La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969), todos forman parte de una primera época realista, con ambición de novela total, que convierten la lectura en un acto de creación. Son obras que, en plena vigencia del 'boom' latinoamericano, lo consagrarán como escritor indiscutible de la literatura en español. Si Sartre marca entonces sus inicios, Flaubert asienta su concepto de la novela como ente autónomo y su obra continúa en una larga nómina en la que caben títulos muy variados, de actitud reflexiva y crítica sobre el mundo y la sociedad latinoamericana, como la histórica 'La guerra del fin del mundo' (1981), o la novela de dictadura 'La fiesta del chivo' (1999); pero también el humor y la parodia en 'La tía Julia y el escribidor' (1977), dentro de una amplia lista de títulos que culminó hace dos años con 'Le dedico mi silencio' (2023).
En su obra, que destaca por su extensa relación de títulos y géneros, también incluye el artículo periodístico, que es para él una manera de opinar, de participar en el debate político y social. Y se aprecia en todas, el uso esmerado de la escritura con un pensamiento humanístico, que nos lo presentan como uno de los intelectuales más influyentes en el ámbito hispano. En sus textos aborda, desde su perspectiva, los valores y carencias del mundo contemporáneo, estableciendo pautas de opinión en los medios internacionales.
Para el lector de su obra son las ficciones narrativas lo más atractivo, en ellas se despliega con gran claridad su concepto de la literatura como vocación, destino y pasión. Y es que la escritura ha regido enteramente su vida, practicándola mediante una disciplinada tarea diaria. Una labor que se concibe también, como suele repetir, como forjadora de conciencias críticas en los lectores, porque la novela «crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez». Y ella nos proporciona la posibilidad de vivir otras vidas, de entrar en contacto con otras mentes valorando sus limitaciones, sus miserias, sus obsesiones y sus creencias. Ese es el valor de la lectura, fuente de placer, ejercicio de inteligencia y conformadora de criterio crítico: «Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida», porque está convencido de que la literatura se constituye en barrera contra todo régimen de opresión.
En las ficciones «los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana». Como dijo en su discurso de aceptación del doctorado en Salamanca al reflexionar sobre el valor de la literatura: «Estoy convencido de que la literatura tiene efectos en la vida. Es enormemente útil porque es una fuente de insatisfacción permanente. Crea ciudadanos descontentos, inconformes... Nos hace a veces más infelices, pero también nos hace muchísimo más libres».
Estas razones siguen vigentes hoy día y fueron las que motivaron su elección como miembro honoris causa del Claustro salmantino, independientemente de la evolución personal que, con decidido criterio, lo llevó desde la izquierda ideológica al liberalismo conservador, aunque siempre con el exigente rechazo de autoritarismos.
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