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Estos días se han cumplido 10 años de la irrupción de un desconocido Podemos en las elecciones europeas de 2014. Una década en la que el idealismo ha pasado de estar incandescente en cualquier asamblea regada con un buen calimocho a vivir en chalets, coches oficiales y cenas en restaurantes buenos recordando las que montaban en las manifestaciones.
La novedad es muy peligrosa, ya que al principio gusta mucho y es casi impulsiva y después el suflé se baja con bastante facilidad. Esos negocios nuevos que arrancan con colas suelen acabar en el 'se traspasa' a los pocos meses. Esos y esas que ven fuera de casa lo mejor del mundo mundial y cuando lo prueban se arrepienten de perder lo que tenían en su hogar. Modas pasajeras en las que te dejas un dineral y después te fustigas cuando aparecen los restos de aquel naufragio del calendario en algún rincón del trastero.
Los Pablos Iglesias y compañía se hartaron de criticar a los empresarios que generan empleo en este país y los tachaban de chacales que se hacían más ricos a costa del pueblo, cuando en realidad ellos han sido los tiburones ejecutivos más listos y rápidos. Con un colmillo empresarial que ya quisieran muchos, detectaron antes que nadie una necesidad. Los indignados del 15-M no tenían voz política y estos se pusieron aquella revolución en la mochila del Alcampo que llevaban para asaltar los cielos.
Tiene su mérito que estos hicieran de sus utopías bebiéndose a morro un litro de cerveza en la 'Complu', con canciones de Silvio Rodríguez de fondo, su modo de vida y su lucrativo negocio. Habla muy bien de ellos y muy mal de nosotros como sociedad. Su explosión fue más demérito de los partidos políticos tradicionales que mérito de ellos, pero parte de la sociedad se abrazó a ellos.
Si el rifle de asalto Kalashnikov fue un símbolo de revolución armada en muchos países en vías de desarrollo, en este movimiento el estandarte era una coleta. Por cierto, el día que se cortó el pelo Pablo Iglesias se acabó este cuento de hadas. Fue el principio del fin. Me hubiera gustado ver ese momento, que ya forma parte de la historia de España, en directo. El Pablo Iglesias libertario se hubiera cortado la coleta él mismo con una tijera, pero el de ahora se despediría de su símbolo en una barbería cool para caballeros en la calle Serrano, donde te apuran el afeitado a navaja y te puedes olvidar de las cuchillas desechables durante unos cuantos días.
Dirán, evidentemente, que han hecho mucho por este país durante esta última década, pero en realidad han asilvestrado el escenario político dejando como herencia el Congreso de los Diputados patas arriba. El PSOE, con la llegada de esta extrema izquierda fresca que acabó con décadas de cultura de la derrota en IU, tuvo que radicalizarse hasta mutar en la máquina de pactos indeseables que es ahora. Dejó de ser ese tradicional partido de Estado. Si Pablo Iglesias se cortó la coleta, el PSOE lo que ha hecho es ponerse rastas.
Con Podemos llegó la fragmentación y los sueños del pasado de Ciudadanos o los de futuro de Vox. Cuando se dividían, ellos decían que sumaban (Sumar).
Por suerte, dentro de poco Podemos será un mal sueño, como esas zapatillas horteras de los 80 que te dan grima verlas en el armario. Muchos pensarán en voz baja, pero cómo pude votarles. Los clásicos como yo, que siempre nos peinamos y vestimos igual, comemos lo mismo y nuestro principios no cambian, nunca vamos a la moda, pero al menos nuestro pasado no nos perturba.
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