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Miguel Ángel González, de 39 años, y David Pérez, de 43 años. Estos dos guardias civiles perdieron la vida en acto de servicio en Barbate, Cádiz. Pongo sus nombres y apellidos, ya que estos días vemos multitud de titulares que hablan de dos agentes caídos, pero es importante recordar que no eran dos personas más que mueren por las mafias que campan a sus anchas en la zona del estrecho de Gibraltar, sino que dejan familia, toda una vida por delante y toneladas de honor.
La Guardia Civil es uno de los orgullos de ser español. Estoy más seguro con ellos en la carretera, representan un sinónimo de acompañamiento cuando te pasa algo malo y son los culpables de que te metas en la cama tranquilo sabiendo que son nuestro muro de contención contra el crimen. Y esto lo dice un servidor que se ha hartado a pagar multas de tráfico y que debería tenerles odio eterno, pero en realidad lo que siento por ellos es admiración y respeto. Ojalá el dinero que he tenido que pagar por no cumplir las normas de tráfico hubiera ido a que tuvieran una embarcación en condiciones y no esa zodiac que fue arrollada por una planeadora de 14 metros.
Está claro que este tipo de héroes anónimos que se juegan la vida cada día están más que acostumbrados a deambular en el olvido. Los que desembarcaron en Normandía no desfilaron en París. Esto ha pasado toda la vida, pero lo de este Gobierno es de traca y es que miran para otro lado sistemáticamente en una de las zonas más conflictivas de Europa.
La fiscal antidroga de Cádiz, Ana Villagómez, se saltó el corsé institucional que abunda en estos casos y dijo verdades como puños. «Que no vengan al funeral a dar muchos pésames cuando después no dan los medios que hacen falta», sentenció. Mis respetos a esta servidora pública.
Una parte de España llora y lamenta la pérdida de estos dos agentes y otros ponen el foco en la gala de los Goya en Valladolid, esa cita en la que se castiga con duras proclamas al Gobierno, siempre que esté el PP en el poder, claro está. En el caso de que no sea así, no hay problemas de financiación y hay que meterle algún zasca a la derecha. El mercado audiovisual ha cambiado de forma radical con las series y las plataformas, pero los cines en parte también están vacíos por culpa de personajes deconstruidos, que creen que para rodar películas en este país el único camino es afiliarse al PSOE y hacer gracias en un bar de 'aristohippies' de Malasaña. Hay mucho talento en el cine español, pero después aparecen algunos intentos de Amenábar haciendo bodrios desde puntos de vista que nadie quiere ver y que llaman tendencias a hacer el subnormal en una alfombra que en este país no podía ser de otro color que no fuera roja.
Cuando en tu propio país tienes a un grupo cada vez más amplio de personas que dicen abiertamente que no consumen ni cine ni series españolas por rechazo total a un gremio politizado es que algo se está haciendo mal. Pero como esos insurrectos que se salen del guion cultural establecido no viven en barrios bohemios de Madrid, pues no cuentan.
Mi veto al cine español no es total, tampoco soy tan radical. Primero tengo que ver o escuchar alguna estupidez al cinesta de turno mezclando churras con merinas para ponerle en mi lista negra, donde ya están con cargo vitalicio Almodóvar, los Bardem y compañía.
Ni qué decir tiene que el dinero público de algunos cortos subvencionados lo ponía yo en primera línea de batalla como en Barbate para frenar al narco. Abascal dice que al narco hay darle plomo. Yo defiendo que la plata no se despilfarre y que se destine a lo que nos hace sentir orgullosos y seguros, no a lo que nos da vergüenza.
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