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En los momentos de extrema adversidad es cuando salen los instintos más primitivos del ser humano. Aparece la mejor y la peor cara de toda persona. Cuando ves que el caos se apodera del entorno, el cerebro empieza a funcionar a una velocidad de vértigo para reaccionar para bien o para fatal. Esto ha sucedido con la DANA que ha hundido en la miseria a Valencia y alrededores. No voy a poner la cifra de muertos, ya que, por desgracia, en lo que está usted leyendo este texto lo mismo aparecen más cadáveres, pero se trata de uno de los desastres naturales más trágicos de la historia de España.
Las dos caras de la moneda aparecen en medio de aquella zona de guerra. En el lado oscuro, los seres más miserables se apresuran para el pillaje y el saqueo en las tiendas de la zona cero. Para referirme a este tipo de personas, si se les puede llamar así, voy a ir con calma, pero derrapando en los dos límites que tiene el periodista que son el diccionario y el código penal, como diría Alfonso Azuara. Dan ganas de saltarse estos dos libros de referencia con tal de describir de un modo más radical a estos seres. Hay que tener una bajeza moral desproporcionada para aprovechar esta desgracia para robar. Yo soy de los que creo que hay honor incluso entre ladrones. A su manera, tienen sus códigos y esto avergüenza hasta a los delincuentes que se ganan la vida siendo amigos de lo ajeno. Como lo que no es tolerable, ni en los peores círculos del mundo del hampa, es la estafa que se está produciendo en Valencia con falsos voluntarios de Cruz Roja que pedían dinero por las casas. Los autores de esta fechoría tendrán que enfrentarse algún día a la justicia ordinaria y la de la calle. Creo que acabarán suplicando que sea la primera opción.
En esta cara amarga de esta situación límite también destacan los políticos que se apresuran a darse cuchilladas por ver quién tiene la culpa y quién no. Que algo ha fallado en la prevención es una realidad, pero no es el momento ahora en caliente de buscar rédito político por un puñado de votos. Hay que volcar todos los recursos que se tengan en esta zona, salvar un poco la situación y después habrá tiempo de crear 1.500 comisiones de investigación que al final determinarán que no hay culpable.
No obstante, la catástrofe de la DANA, por suerte, saca historias humanas y llenas de vida pese la adversidad. Gente desinteresada que ayuda a otros que lo han perdido todo. Profesionales que se juegan el pellejo por salvar vidas y hacernos sentir orgullosos al resto. Esos miles de voluntarios que aparecen en las imágenes de televisión son la esperanza para los afectados y para el mundo en general. No está todo perdido como sociedad.
Esta tragedia nos vuelve a recordar esa ya manida expresión de 'no somos nadie'. Pero es que esta es la realidad. Un día te levantas y en minutos te quedas sin casa, sin recuerdos, sin coche… Es curioso cómo nos aferramos a lo material desde bien pequeños. Casi antes de decir mamá decimos un posesivo como mío. Después estudiamos y trabajamos enfocados en tener más cosas (yo el primero) para que después en un soplo del destino retrocedas a la casilla de salida sin nada en las manos y se te olvide ese primer posesivo que tan rápido aprendiste.
Por último, estos puñetazos de la naturaleza también sacan una característica agridulce del ser humano y es la solidaridad puntual. Está bien que los corazones se ablanden y la gente colabore estos días, pero es calamitoso que pasados unos días ya nos sintamos bien y volvamos a la falta de empatía a la espera de que otra desgracia nos recuerde que siempre caemos en la misma piedra.
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