Aparentar, nuestro verbo
Muchas de esas parejas de cenas románticas tapan infidelidades y detrás de esos platos megasaludables hay mucha hambre
Los aniversarios nos recuerdan cuánto tiempo ha pasado desde la aparición del alguien o de algo y lo viejos que nos hacemos casi sin darnos cuenta. Peleamos como jabatos por intentar regatear al reloj, pero el tiempo siempre nos gana. Lo mejor es relajarse y dejarse llevar por él.
Uno de esos datos que te dan un buen sopapo de realidad es que estos días la red social Facebook ha cumplido 20 años. Dos décadas del 'caralibro'. Esto va muy rápido y no nos queremos dar cuenta. En fin. Con esta red social en España una cosa tan nacional y tan nuestra como el postureo llegó a otra dimensión.
Las apariencias adquirieron un nivel superior con las redes sociales. Después de Facebook llegaron las otras, pero en el fondo la esencia es la misma. La gente disimula sus miserias y muestra una vida que en realidad no viven. Son actores de una trama que ellos querían que fuera verdad pero que no lo es.
Estamos siempre diciendo, yo el primero, que esta sociedad va camino al desastre por cosas que vemos en el día a día, pero esta estupidez soberana de fantasmear y del quiero y no puedo es una característica ancestral de la sociedad española. Siempre hemos sido así, lo que pasa es que ahora lo escenificamos en el teléfono móvil.
En el tratado tercero del Lazarillo de Tormes, el chaval narra cómo después de haberse llevado un sinfín de palos y de llevar el hambre ya tatuada se topa con un escudero de buen aspecto y que hace ver al barrio que come como un capitán general. Lázaro se ilusiona con su tercer amo, pero cuando ve lo que hay detrás descubre que pasa a trabajar para un fantasma que no tiene nada que llevarse a la boca, pero que sale a la puerta de casa a escarbar entre sus dientes como si hubiera comido carne. Eso era el Instagram unos siglos atrás y lo único que hemos hecho es hacer unas aplicaciones móviles para fardar en condiciones y poder difundir la envidia de nuestra vida a todo el planeta.
Y es que a nuestro alrededor hay millones de escuderos fantoches. Esas fotos en las playas paradisiacas esconden en muchos casos detrás un crédito personal que va a tener a esa persona ahogada durante años. Esas parejas de cenas románticas con corazones tapan discusiones e infidelidades imperdonables. Detrás de esos platos megasaludables hay mucha hambre y las fiestas y las copas que muestran algunos solo son mares donde ahogar las penas, las inseguridades y las desgracias que no pueden afrontar sobrios. ¡Qué bien vive fulanito! ¿De dónde sacarán el dinero para estar todo el día viajando? Son expresiones tipo cuando estamos deslizando nuestro mundo con el dedo en el teléfono móvil.
La idea actual es de qué sirve vivir una experiencia inolvidable si no puedes contarlo. A algunos adictos al Instagram le ofrecen el viaje de sus sueños gratis, pero sin teléfono móvil y con una cláusula de confidencialidad y lo rechazan sin contemplaciones. Si no que se lo digan al torero Luis Miguel Dominguín, que después de compartir cama con Ava Gardner salió escopetado a contarlo. Le preguntó ella: «¿A dónde vas?» Y él respondía mientras abría la puerta: «Pues dónde voy a ir. ¡A contarlo!». Menuda pregunta pensaría el maestro. Había hecho una de las faenas de su vida y buscaba el clamor del tendido en forma de lluvia de pañuelos blancos.
Por todo esto, las redes hay que saber utilizarlas y que las apariencias engañan tanto en plena calle como en un perfil de Instagram. Ni ellos son tan felices ni nuestras vidas son tan aburridas por el simple hecho de no mostrarlas en el escaparate del postureo.