Fichar a Merkel
Anoche estuve viendo la primera entrevista que ha concedido Merkel desde que dejó la Cancillería. Lleva seis meses paseando en la playa del Báltico mientras ... escucha audiolibros, viajando por Italia encontrándose con amigos y familiares. Ahora que ya no está en primera línea del poder, habla sin rubor de sus frustraciones, como la operación de salida de Afganistán, y de sus fracasos, como el “no haber encontrado una estructura de seguridad que impidiese lo que está pasando ahora en Ucrania”.
Guarda, he hecho, una rosario de críticas a su propio balance, una lista de asuntos que no salieron tan bien como había esperado, aunque sí puede decir, “con la conciencia tranquila, que no dejé nunca de intentarlo, tanto como pude en cada ocasión”.
Las comparaciones son odiosas, pero resulta imposible no hacerlas. A Merkel, se esté de acuerdo o no con sus políticas, nadie nunca osará llamarla “Piolín”. Tuvo la humildad de negociar con todos y con todos llegó a acuerdos por la estabilidad. No solo no mintió, sino que nos dijo verdades muy feas y aterradoras, como que el 70% de nosotros nos infectaríamos de coronavirus y que era necesario blindar a las personas de riesgo, mientras en España nos engañaban asegurando que la mascarilla no servía para nada.
Se atuvo siempre escrupulosamente a la ley e, incluso ahora, que tan controvertida resulta su política de acercamiento a Putin, es capaz de explicar sus razones.
Después de 16 años al frente del gobierno alemán y del liderazgo europeo, tiene solicitudes políticas y científicas de medio mundo, pero afirma que prefiere por el momento dedicarse a otros objetivos: “el primero el movimiento, que lo tenía realmente descuidado”.
Si yo tuviese la más mínima oportunidad, intentaría fichar a Merkel y poner su pragmatismo a trabajar en las carencias de nuestro sistema sanitario, en el problema de la despoblación y en la organización de las comunicaciones de Salamanca, aislada del mundanal ruido como deseó haberlo estado Fay Luis.
Ya que no podemos llamar a Merkel, entre otras cosas porque seguramente no encontraría autobús ni tren en el que llegar hasta Salamanca, me gustaría que nuestros políticos se pareciesen un poco más a ella.
Con todos sus defectos, que los tiene, pero con su sincero afán por hacer bien las cosas. Con sus fracasos serenos que no tiene reparo en reconocer. Con esa cercanía a los ciudadanos al tiempo que se ocupa de la más alta política. Con su respeto por las instituciones y las leyes. Con su forma de vivir austera y satisfecha.
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