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A David: mi admirado amigo camerunés

que sigue llegando en mi memoria a las cenas de los viernes

con una cajita de chocolate, tan exquisito y negro como es él.

Todos creíamos que con la exhumación y destierro de los gusanos de Franco, nuestro pasado ya tendría absueltas sus culpas, pero no. Los sobrevenidos censores de la historia, con el ansia irrefrenable de los que necesitan alimentarse de venganza carroñera, piden más, mucho más. Da igual el siglo del que provengan los muertos al espectáculo justiciero. Lo que importa es que a estos pueda acusárseles de muchas maldades, de montones de vilezas y, mayormente, poder presentarles con un historial maquiavélico, intencionadamente maquillado, que dé muchísimo que hablar. Así se ha montado todo este asunto del revisionismo histórico que comienza a ser, más que un debate por el futuro y la convivencia, un peligrosísimo ajuste de cuentas.

Según estos picapleitos muchos son los que han de pedir perdón y pagar, como merecen, por todo lo malo que han hecho. Por lo visto nuestra historia está llena de indeseables a los que hay que eviscerar en la gran plaza pública de las redes sociales, para hacer justicia. Los verdugos además, al amparo que les ofrece el anonimato en red, son implacables a la hora de teclear barbaridades en el ordenador. Ahora mismo están en el degolladero el almirante Colón, el fraile Junípero, el ex Felipe González... e incluso un publicitario de los años 60 que ideó una campaña para vender cacahuetes bañados en chocolate, con la imagen de los felices negritos que acababan de independizarse del Congo belga. No sabía el pobre Juan Tudela que, medio siglo después y fuera de todo contexto, sus conguitos iban a ser encausados por propaganda racista. ¿Es esta una forma de educar contra la discriminación racial? Rotundamente, no. El próximo disparate estará en exigir a los nietos de Paco Martínez Soria que pidan perdón, porque su abuelo ganó muchas perras travestido de cateto y ridiculizando a los del pueblo. La “nueva normalidad” comienza a ser una terrible pesadilla. ¡Ni un solo día de sentido común! ¡Ni uno solo!

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