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Es el periodista José Sánchez Gómez, quien dedica a Julio Ibáñez un divertido artículo sobre el drama en verso y en prosa “El Caos Conspicuo”, disparate dramático estrenado el 17 de noviembre de 1890 en el teatro del Liceo, escrito por Crescencio Sánchez Esculta, salmantino y Francisco Martín Ferrero, alias “Chaqueta”, nacido en Peñaranda.

El día 13 comienzan los ensayos en la cuadra de una posada de parientes de Esculta en la Puerta de Zamora, que había sido la fragua del herrero “Zapatones” y las entradas se despachan en el comercio de Luis Pozueta en la Plaza, al precio único de 4 reales.

Es anunciada como función extraordinaria, con el siguiente programa: 1º.– Sinfonía. 2º.- Estreno del grandioso y fantástico drama de gran espectáculo, dividido en 3 actos y 5 cuadros, original de los señores Chaqueta y Crescencio titulado “El Caos Conspicuo”. 3º.- Lectura de poesías por varios jóvenes de esta localidad. A las 8 en punto.

En el drama aparecen Arquímedes de Siracusa que agarra una buena cogorza, Mucio Scévola, Werther, Tristán, Felipe II, Benjamín Franklin vestido de torero, Zenón no sabemos si de Elea o de Citio, Abderramán Aben Alí Assaz el Moaferit Aben de Córdoba...

Arsenio Huebra escribe: “Es perpendicular y al par oblicuo, / y es esférico, con cara de rectángulo, / y circular y rematado en ángulo. / Es un drama superior / al mismo “don Juan Tenorio”. / Muere hasta el apuntador, / y es muy posible lector /que fallezca el auditorio.”

Felipe Uribarri llega desde Cáceres en la diligencia de Béjar y afirma: “Sin tener “guita” de sobra / he volcado mi gaveta / por venir a ver el drama / de Crescencio y de Chaqueta.

Parodiando a Espronceda se escribe: Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno / pero mejor que el mundo, fue el estreno / de ese drama patético e inicuo / que se llama “Caos Conspicuo.”

Momento culminante de la obra es cuando Tristán, con una calavera en la mano que es la de Zenón, dice: “¿Qué problema diurno naufraga por los ganglios linfáticos del filósofo?”

A partir de este momento comienzan a llegar al escenario las muestras de agradecimiento de un público entregado. Una corona de huevos cocidos y obsequios hortofrutícolas de los que el cronista afirma: “Los regalos tampoco fueron malos. / Allí hubo un “caos conspicuo” de regalos. / El amigo Villar, buena persona / un obsequio les hizo, / consistente en un bárbaro chorizo / en forma de corona. / Otro dio por corona una morcilla / y otro una coliflor y un pepinillo, / y el apreciable Ramón Cilla / regaló un calzoncillo / con una manteleta, / porque dicen que el célebre “Chaqueta” / y Crescencio, que son los dos autores, / andan muy mal de prendas interiores”.

Escena inefable es cuando Felipe II exclama: “Al menor síntoma espontáneo / de traición que note en ti, / de un tiro te parto el cráneo / y luego... te vas de aquí.”

El drama termina con el suicidio de Werther. Se pone en pie y exclama: “¡Levantaos seres putrefactos: / la burra de Balaam os espera!”

Como colofón del espectáculo se dijo: “El drama resultó sorprendente / y todo el auditorio distinguido, / se reía a mandíbula batiente.”

Al final los tres principales intérpretes dirigieron unas palabras al “respetable”. “Chaqueta” habló del mundo indivisible, de los pedestales femeninos, de los rinocerontes y concluyó su perorata afirmando que amaba a sus compañeros los estudiantes, porque peleaban con la razón y no con la fuerza bruta. Habló Crescencio de las sílfides, nereidas y ondinas, de sus compañeros del Hospital de la Santísima Trinidad, de los principios atrofiantes y “Manitas”, estudiante extremeño, explicó el origen del “Caos Conspìcuo” y comparó la imaginación calenturienta de Crescencio y “Chaqueta” con un alambique.

Poco después Crescencio estrenó en el Liceo “La venganza de un ministro”.

Ante la excelsitud de “El Caos Conspicuo”, Valle Inclán con sus esperpentos y Muñoz Seca o Carlos Arniches con sus astracanadas se convirtieron en auténticos pigmeos.

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