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Directamente al grano, queridos lectores. No perderé el tiempo entre las pajas. Echar a Sáncheztein de Moncloa se hace un asunto de urgencia extrema nacional. Creo que todos saben a quién vengo a referirme. Sáncheztein no es aquel remedo simpaticón de un programa televisivo con el que se divertía a los niños de allá de por el 77. Sáncheztein es el horrendo huésped que desde Moncloa viene dinamitando la paz social, la educación, la economía, la Ley y todo cuanto le sale al paso.

No ha necesitado mucho tiempo Sáncheztein para que los peligros de su ambicioso experimento político se hayan consumado. De nada le sirvieron las advertencias de su colega socialista Pérez Rubalcaba cuando, en un curso de verano de la Complutense en El Escorial, intentó disuadirle de la mano que le tendía Pablo Iglesias y los riesgos que correría si se amancebaba con él. “Pretender formar gobierno con independentistas, anticapitalistas y ecosocialistas daría lugar a una investidura Frankestein” -dijo don Alfredo sin que le temblara la voz-. Pero Pedro Sánchez ya tenía decidido hacer oídos sordos a cuanto dijeran aquellos carcamales recelosos y vejancones de la antigua guardia.

Que unos comenzaran a llamarle Doctor Frankestein, tres pitos le importaron. Que otros le apodaran Sáncheztein, lo entendió como una alegoría. Él, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, se había propuesto no sucumbir ante los escrúpulos que pudieran llegarle de la voz de su conciencia. Sáncheztein nunca accedería a ser como el Frankenstein de la famosa novela.

Les recuerdo que Mary Shelley, la autora, narró cómo el doctor, espantado por el engendro que él mismo había creado, abandonó a toda prisa el experimento y salió despavorido huyendo de su laboratorio. Pero esto, Sáncheztein no lo hará. Su ego no le permite abrir los oídos a esos ecos -de à gauche, de à droite- que, ante el desastre y por responsabilidad nacional, le piden, casi suplicando, que se vaya. Sáncheztein está decidido a sobrevivir y conservar su status quo monclovita manteniendo al monstruo, amamantándolo, amoreciéndolo y amadrigándolo con generosos sueldos en ministerios y otras instituciones.

No le importa que, de cuando en cuando, su cruel criatura se rebele contra él, le pisotee, le ridiculice o le escupa ponzoñas en la cara. No le importa que su gobierno esté escribiendo la más trágica historia en la democracia de España: caos social, ruina económica, inestabilidad jurídica, deriva constitucional, crisis diplomática, intervencionismo bolchevique. No hay tiempo de esperar a un tiempo nuevo si se quiere salvar algo de esta catástrofe.

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