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Desde el comienzo de esta pandemia se viene hablando del binomio, presuntamente inconciliable, que forman salud y economía. Que los números van muy mal es algo que acreditan quienes ya se han visto directamente afectados. Deprime recordar los efectos de la última crisis económica, cuyos recortes redujeron la capacidad del sistema sanitario que nos ha hecho y nos hace tanta falta. Hoy, el miedo al virus impide a muchos ver la trascendencia material de lo que nos está ocurriendo. Nos llevará tiempo y esfuerzo regresar al punto del que partimos.

En los últimos tiempos, los españoles nos hemos sentido miembros de pleno derecho del primer mundo. Nuestras cifras nos autorizaban a creerlo, pero esta plaga nos está descabalgando a pedradas de la montura. Del mismo modo que comenzamos la segunda década de este siglo con miles y miles de trabajadores no cualificados en la calle, incapaces de pagar tantos créditos concedidos cuando se ponían ladrillos sin mesura, iniciamos la tercera apreciando que fue un error entregar nuestro futuro al sector servicios. Me duele también que los presupuestos públicos desatiendan con saña la investigación, o que invirtamos tanto dinero en la formación de profesionales -entre ellos, muchísimos sanitarios- que emigran a otros países por falta de oportunidades dignas en España.

Pero vuelvo al binomio con el que comencé. Y lo retomo mirando a Salamanca, ciudad de servicios por excelencia. Vistos los sobrecogedores datos a los que hemos llegado, el Gobierno regional ha decidido levantar una muralla en torno a la urbe hasta que amaine la tormenta, cuando sea. Con todo, no debemos preocuparnos, porque el curso comenzó presencial en la Universidad hace un par de semanas, y ya con ello tenemos a los clientes que tanto necesitábamos puertas adentro del lazareto. Uno de cada cinco salmantinos de naturaleza o adopción está matriculado en el Viejo Estudio, y eso, por el bien de todos, abre grandes oportunidades de negocio. Para eso hemos quedado. Para eso, y para que los estudiantes puedan asistir a unas cuantas clases por riguroso y protocolario turno.

Es la crónica de un confinamiento anunciado; de la romántica Venecia de Mann y de Visconti en versión charra, con puente levadizo en la Puerta de San Pablo. Esto no es un confinamiento; es un confirmamiento.

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