Colección de mascarillas
Estoy convencido que más de una persona ha iniciado ya su colección particular de mascarillas. Son muchas y muy variadas, unas más escuetas y otras ... más sobradas, las hay blancas, negras, de colores, con o sin publicidad, lavables, desechables, reutilizables, con virus, sin virus, quirúrgicas, egoístas, FFP2, FFP3 y un sin fin para enumerar. Ahora bien, el problema no es la mascarilla si no quien la usa, la mal usa o la rehúsa. Irresponsables, inconscientes, ignorantes, osados y descerebrados han existido, existen y existirán en todos los tiempos. Bien es verdad que últimamente proliferan como la mala hierba y parecen reproducirse por ósmosis, por contacto y proximidad, a pesar de la distancia de seguridad.
Uno se pregunta si la COVID-19 anula también el sentido común, escaso en muchos casos antes de la pandemia, así como el sentido de la responsabilidad. Uno se pregunta si, además del miedo, la angustia, la soledad, el aislamiento y la muerte de los mayores, también potencia el egoísmo y la inconsciencia de los más jóvenes. Algo no me cuadra y me pierdo en algún momento, no logro entender cómo en una sociedad tan respetuosa con el medioambiente, tan preocupada por lo ecológico, donde se lleva al extremo la defensa de la vida vegetal y animal, “rezando” incluso por los cerdos que van a ser sacrificados, una sociedad donde se pelea, y muy bien, por la igualdad de género y se lucha contra la violencia del mismo, más allá de ciertas manipulaciones e intereses varios... no llego a entender en esa sociedad la indiferencia hacia quienes nos han abierto camino en la vida, hacia quienes con su sudor y su esfuerzo, con más imaginación que medios, más ganas que posibilidades y más sacrificios que gratificaciones fueron capaces de generar vida para quienes hoy les ignoran y les condenan a muerte.
Algo estamos haciendo mal cuando el otro no me duele, cuando el otro me resulta indiferente. Algo no va bien cuando el ser humano no ve ni va más allá de su propio yo y deja de lado hasta a la madre que lo parió. No puede ser verdad pero es la triste realidad. Algo estamos haciendo mal cuando nos preocupa más el ocio y el negocio, el mogollón y el botellón que poner todos los medios y medidas de protección para salir de esta difícil situación. Una cosa parece cada vez más clara, la sociedad se duerme pero la pandemia no es un sueño.
En fin, para sueños los de quienes fundaron este periódico. No sé si entonces podrían imaginar esta realidad cien años después, pero lo que sí sé es que gracias a ellos estamos aquí. Ojalá otros puedan decir lo mismo de nosotros dentro de otros cien y sin mascarillas. Felicidades a quienes de una u otra manera hacemos familia con LA GACETA DE SALAMANCA.
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