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EL circo político nacional, con sus múltiples pistas, su Pegasus alado, sus mujeres barbudas y el domador Sánchez alternando el látigo y la zanahoria con las fieras de sus socios, no puede distraernos de lo que realmente nos está sucediendo, por muy vistoso que resulte el espectáculo. Ya sé que, con este calor, lo único que apetece es una cervecita fría en la Plaza y reír un poco al rebufo de tanta payasada. Y que nos quiten lo bailao. Pero la que se nos viene encima nos dejará congelados a partir del verano, si no tiesos, y conviene prepararse en la medida de lo posible. Hasta tres subidas de los tipos de interés antes de fin de año está manejando ya el Banco Central Europeo, de unos 0,25 puntos cada una, además del final de los programas de compra de bonos, que son los que han permitido a España seguir emitiendo deuda y pagando la fiesta circense. La semana pasada, la prima de riesgo española se disparó un 26% en solo cuatro días. Desde que estalló la burbuja inmobiliaria, hemos sido cigarras, que no hormigas. España ha ido tirando de crédito barato en lugar de hacer reformas cuando se podía, elevando la deuda pública desde el 35% al 120%. Y no hace falta ser economista para entender que, en cuanto empiecen a subir los tipos, esa deuda no es sostenible. Ahora que llega el ciclo económico invernal nos pilla en cueros. Y a esto hay que sumar una inflación fuera de control y que ha llegado para quedarse, en combinación con la desaceleración económica. Vamos a volver a escuchar palabras como quiebra, insolvencia o rescate y, después de las palabras pandemia, volcán y guerra, hemos asumido ya la desgracia como inherente a la existencia de esta generación. Estamos paralizados. Nosotros y el Banco Central Europeo, que se ha pasado meses declarando que la inflación se iría por sí sola y que no ve ahora la fórmula de reacción. El descuido con el que los bancos centrales han permitido que la inflación siguiera su curso durante todo el año pasado se basó en la experiencia previa de inyectar cantidades ingentes de dinero sin consecuencias, gracias a que la economía abierta y globalizada aseguraba una oferta casi infinitamente flexible. Pero la guerra comercial de Trump y el Brexit ya indicaron una fragmentación de los mercados mundiales y la pandemia hizo el resto. Hoy las medidas del BCE no cuentan con semejante alcance. Y además estamos medio en guerra contra Rusia. Arrojar a la directora del CNI desde lo más alto del trapecio y sin red nos lleva a contener la respiración y estremecernos, seguramente, pero las emociones más fuertes están todavía por llegar.

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