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Creo que los españoles nos podemos dividir estos días en dos grandes grupos. El primero incluye a los sometidos a confinamiento flexible, más o menos riguroso. En el segundo se encuentran los que tienen obligación de ir a trabajar por prestar un servicio público y básico para el resto de la sociedad. Dicho lo anterior, los dos grupos citados anteriormente se dividen, a su vez, en dos subgrupos cada uno de ellos. En el de los confinados, que trabajan por medios telemáticos o simplemente disfrutan de su jubilación, hay quienes están sacando gusto a esto en líneas generales, por lo menos de momento, aunque ya veremos cuando pasen los días; mientras tanto, hay otros cuantos que, a buen seguro, estarían contentos si tuviesen que ir a trabajar mediante presencia física, y así salir a darse un garbeo, porque no soportan estar entre cuatro paredes. Entre los del segundo grupo, supongo que habrá muchos que darían lo que fuese por poder estar encerrados entre las cuatro paredes de su casa, mientras que otros saben que lo que están haciendo es, más que importante, vital, y lo asumen con responsabilidad, a pesar de los riesgos que eso comporta.

Dentro del colectivo de los que dan el callo presencial, me gustaría destacar a dos cadenas, porque se trata de cadenas. La primera, la sanitaria y relacionada con la salud, con médicos, farmacéuticos, la gente de los laboratorios, enfermería, auxiliares, ambulancias y los que se dedican a la limpieza y la desinfección, tareas claves en estos momentos (y perdón si me dejo a alguien en el tintero). En segundo lugar, la cadena (insisto en lo de cadena) agroalimentaria, que tiene su origen en los agricultores, ganaderos y pescadores y termina en las personas que atienden la caja en la gran distribución, en las tiendas de barrio y en los súper y, vuelvo a insistir, en los que se dedican a la limpieza y desinfección a lo largo de todos los pasos. Es verdad que sin los agricultores, ganaderos y pescadores no habría productos, ni se hubiese podido garantizar el abastecimiento. Pero sin industria transformadora, sin camiones que transporten las mercancías, sin la logística, sin la distribución de cualquier tamaño, sin los reponedores, por citar otro colectivo, esos productos frescos o transformados no hubiesen llegado a los consumidores. Un ejemplo claro de cómo se puede romper la cadena se vivió en China: cuando las autoridades cerraron a cal y canto la zona origen del coronavirus, los agricultores y ganaderos tuvieron muchas pérdidas, porque no lograron vender sus mercancías. Otro ejemplo, esta vez en España: los ganaderos de lechazo o de tostón, productos que se consumen mayoritariamente en la hostelería, lo están pasando mal ya por el cierre de restaurantes. Hoy, la cosa va de cadenas, solidaridad y limpieza.

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