Bibliotecas
Se entraba a través de una puerta adusta, cuyos goznes ajados rechinaban en mis oídos como música celestial, la banda sonora de entrada en un ... mundo de existencias paralelas a la del día a día, que era la de la España profunda de finales de los años setenta.
Si desde niña fui capaz de plantar cara al “esto es lo que hay”, fue gracias a aquella biblioteca, ventana a muchas otras realidades, lejanas o fantásticas, que venían a demostrar que, además de esto que se nos impone, hay siempre mucho más por lo que optar. Así salí de respondona. Es lo que tiene la lectura, que infunde confianza y libertad.
Los libros infantiles ocupaban una única estantería, detrás de la estufa de bombona de butano con la que aquella bibliotecaria rural hacía precariamente habitable la estancia, abierta solo tres horas al día.
Y aquella estantería breve la tenía yo trillada. Había leído y releído cada título. Reconocía aquellos ejemplares no solo por su contenido. Desde la textura de sus páginas hasta el estado su encuadernación, además de su olor, el olor propio de los libros que han pasado por muchas manos y que es muy diferente al de los propios.
Sabía cuántas veces había leído cada uno de ellos por el número de veces que aparecía mi nombre en la tarjeta de cartulina pegada al interior de la tapa, en la que se dejaba constancia de los lectores, la fecha de préstamo y la fecha de devolución.
Esperaba con ansiedad cumplir los años necesarios para abordar el resto de las estanterías, las que habitaban los libros para adultos, que intuía como barcos a punto de zarpar hacia muchos otros horizontes.
Pero para cuando eso sucedió, estaba ya lejos, ligada a otras bibliotecas a las que siempre he seguido entrando con fervor, como quien entra a un templo, en busca de otras verdades, como quien se acerca a un oráculo prodigioso.
Seguramente no he vuelto a sentir ese fuego, el que me impulsaba de niña a correr calle abajo, con el libro recién prestado apretado contra el pecho y con prisa por zambullirme en su lectura, como quien escapa del peligro de muerte y se refugia en lugar seguro.
Pero nunca ha dejado de arder aquel mismo afán por la lectura. Por eso acabo de volver de la Feria del Libro de Frankfurt pletórica. Con España como país invitado, ha sido posible charlar allí con más de setenta escritores españoles y constatar por boca de los editores que, crisis tras crisis, el libro resiste.
El sector editorial factura relativamente poco en comparación con otros, pero su impacto social y cultural, la forma en que nos proyecta al extranjero, es mayor que el de la mayoría. En su discurso de inauguración, el presidente alemán Frank-Walter Steimeier habló de nosotros como una “nación cultural”. El discurso del rey no llegó a tanto.
Pero dudo, sinceramente, que los libros merezcan ser clasificados por un criterio tan prosaico como las nacionalidades y, a pesar de lo placentero que resulta leer a quien escribe desde el mismo marco social y sentimental, en el que uno mismo se reconoce con facilidad, siempre he preferido enriquecerme con otros espejos, los que aportan quienes escriben desde lo ajeno y permiten al lector apropiarse de ello en alguna medida.
Y la mayor parte de esas conquistas culturales han tenido lugar, en mi caso, en las bibliotecas públicas, esas casas de libros que abren a todos sus puertas.
Hoy, además, se dedican al activismo cultural, suman a la letra impresa los formatos audiovisuales o el cine y prolongan sus alargados brazos en versiones virtuales, que permiten consultas y préstamos allende los mares.
Me disgusta a veces el sesgo que adoptan (mucha Almudena Grandes, pero poco Javier Marías, por ejemplo), pero el Día de las Bibliotecas no es día de reproches, sino de felicitaciones y de brindis compartidos con todos aquellos que, como yo, siguen confiando en entrar al silencio de una biblioteca como quien se acoge a sagrado, huyendo del alboroto hostil que destierra la reflexión y el acercamiento sosegado a las ideas del otro, que ha reducido el concepto de texto a 280 caracteres y que cancela, en lugar de colocar a cada uno en la estantería que corresponde.
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