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Un mílite, que estuvo destinado en Afganistán, me contó en una ocasión que el sonido que hacen los AK-47 es aterrador. Entre el humo de los cigarros sus ojos se veían aún angustiados por el recuerdo del arma soviética. “Esa cabrona es maldad pura”, decía.

Este rifle fue uno de los bélicos recuerdos con los que los rusos agasajaron aquel país. Pero esa reliquia de la Guerra Fría tiene los días contados. Los muyahidines ya están sustituyendo esas viejas, rudas -y eficaces- armas por los rifles AR-15 norteamericanos de sonido dulce, mayor precisión y materiales más sofisticados.

Los usanos, al igual que los romanos, necesitan las guerras para mantener y expandir su imperio. Su historia está llena de ejemplos que así lo atestiguan. Nacieron declarando la guerra a los británicos, sometieron a sus iguales en la guerra de Secesión y se expandieron a México. En otras ocasiones tiraron de billetera y compraron, a precio de saldo, Luisiana a los franceses o Alaska a los rusos; sacaron de las praderas a las tribus que, desde hacía milenios, vivían en ellas y no les tembló el pulso cuando hicieron volar el Maine, con toda su tripulación dentro, para poder partirse la cara con nosotros. Metieron sus garras en Cuba, Vietnam, Corea, Kuwait, Irak o Alemania.

Teniendo en cuenta todos estos antecedentes, ¿cuántas posibilidades hubo de que unos sarracenos, analfabetos y alcoholizados, estamparan, sin ayuda, unos aviones contra las Torres Gemelas? Fue una suerte que entre las cenizas de esa atrocidad encontraran, perfectamente conservados, los pasaportes de los terroristas (nótese el sarcasmo). Por lo visto la CIA -la misma que avisó a España de los inminentes atentados de Barcelona- desconocía que su colega Osama Bin Laden, al que entrenaron y financiaron durante años, tenía intenciones terroristas. Los tipos de Langley tienen sus propios dogmas de fe y, sin pruebas, hay que creerse que el enemigo Gerónimo murió en acción.

Aparte de iniciar guerras, hay otra cosa que los americanos hacen de maravilla y es imprimir dinero. Las guerras son una buena excusa para darle a la manivela de fabricar la pasta. La invasión de Afganistán -con la excusa de hacer justicia- fue un ingente sumidero de dinero que, durante unos años, lubricó la economía norteamericana llevándola a una vorágine económica que duró hasta la caída de Lehman Brothers. Desde ese 15 de septiembre del 2008 Estados Unidos ha imprimido dinero hasta agotar el papel y, cuando parecía que no podían imprimir más, ¡oh, sorpresa!, sale un virus que les obliga a imprimir en un año más dinero que en toda su historia. Qué casualidad...

Funcionan -y funcionamos- a base de patadas hacia adelante esquivando la realidad de que el sistema es insostenible. Hagan sus apuestas, queridos lectores de LA GACETA, ¿cuál será la siguiente motivación justiciera para continuar la fiesta?, ¿una guerra contra China o Argelia?, ¿habrá quizás una nueva variante del virus que provoque el síndrome de Tourette?

Taiwán calienta que sales.

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