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Al sol de otoño

Jueves, 22 de octubre 2020, 05:00

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Cuando eres la tercera generación que lleva el negocio familiar, el mostrador se difumina y pasas de tener clientes a tener amigos. Con cinco años jugaba a levantar castillos con sillares de Celtas; a los diez los bomberos del antiguo destacamento antiincendios, parroquianos de la casa, me dejaban capitanear las lanchas de salvamento que almacenaban en el garaje; compartí cigarrillos con los estudiantones de la residencia y vi como una grúa se comía el depósito de aguas. He visto a la próspera Prosperidad crecer, vivir y... morir.

A mediados de mayo, entre las cotidianidades, comenzaron a llegarme los partes de las bajas. Fulanito, el amigo de Menganito que sólo compraba sellos para escribir a su hermana, agonizó en el hospital sin una mano que apretar. Como las cruces compartidas pesan menos un tipo como una montaña, afligido y con la lágrima asomando, me confesó que su padre, el ancianito que en ocasiones le acompañaba a comprar tabaco, tampoco había sobrevivido al virus chino. Se consolaba diciendo que, al menos, pudo cerrarle los ojos antes del último viaje. Otros no tuvieron esa suerte y sólo pudieron llorar a una caja cerrada. Me llegaron relatos de abuelos que, por miedo a ir al hospital, soportaron en casa ese dolor de pecho que derivó en el infarto que acabó con su vida y de quimioterapias eternamente pospuestas. Vidas apagadas en el angustioso y forzado silencio de la soledad de sus casas.

El invierno llegará y, mientras algunos se quedarán por el camino, nuestros políticos, indiferentes, indolentes, seguirán viviendo sus vidas.

Casado, como dignísimo heredero del trotón picheleiro que non se sabe se vai ou vén, se entra ou sae ou se sobe ou baixa, seguirá jugando entre dos aguas; Illa tejerá la manta bajo la que esconderá los ataúdes; Simón I, alias el maquiavélico, ensayará las frivolidades que dirá ante las cámaras cuando le manden quitarle hierro al asunto de los cadáveres; los miembros de la familia Cheppa Pig se reunirán al calor de la lumbre y, protegidos por cien beneméritos, celebrarán el solsticio de invierno -pues, para ellos, el Mesías sólo fue un proletario carpintero-; Monedero, cuando le ponga las ruedas de invierno a Echenique, le animará diciendo que pagar en negro no es cosa de fachas; Ábalos se sacará unas perras extra descargando maletas en algún aeropuerto y, mientras llueven rejones, el granítico jeto de nuestro Presidente se bronceará -por “trabajo”- en algún cálido y lejano país de idílicas playas.

Los demás, los contingentes, seguiremos atemorizados, inhibidos de libertad, expoliados de nuestros trabajos, represaliados por aquellos que juraron protegernos, aislados de los nuestros, calculando si nos llegará para cenar pavo en Navidad o nos tendremos que conformar con magros banquetes de mortadela y panga, rezando para que la guadaña comunista pase de largo de nuestras casas.

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