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En una de las cartas que el viejo Séneca escribió al procurador Lucilio, este le describe su ira tras haber ido a visitar su casa de campo y, a pesar de tenerla al cuidado de un administrador, hallarla en un abandono lamentable. ¿Cómo es posible que con el dinero que he gastado, mi casa esté en tal estado de ruinas? –le preguntó Séneca furioso. Era vieja –dijo el administrador, aunque su respuesta no pudiera justificar tanta negligencia y descuido.

Viene esto a colación de la pregunta que nosotros podríamos hacernos ante el colapso y el pésimo funcionamiento de nuestras Administraciones Públicas, y que se ha puesto en evidencia en solo unos pocos meses de pandemia. ¿Cómo es posible que con el dinero que hemos derrochado en asesores, secretarías, subsecretarías, directores generales y tantos otros puestos de confianza, ahora resulte que nada funciona debidamente? Da igual que pongamos el ojo en Sanidad, en Justicia, en Educación, en Hacienda, en Trabajo... todo está hecho un desastre, a pesar de que nuestros políticos solo le echen la culpa al bicho. Un energúmeno invisible y coronado de patas que nos tiene aterrorizados e indefensos ante una clase política, de ambición insaciable, que, en lugar de haber invertido en sanitarios, profesores, jueces, administrativos, investigadores, fuerzas de seguridad, etc., ha gastado fortunas en crear miles de puestos de trabajo para ellos mismos, con el fin de que todo animal de partido tenga sueldo. ¿Hay algún político en ERTE? –me pregunto sin esperar respuesta. Porque ellos solo me dirán que lo mejor es que me quede en casa y me acostumbre a la nueva normalidad. Nueva normalidad en la que los teléfonos de la Administración no responden, la burocracia telemática es ininteligible, la consulta con el médico una cita a meses vista... O sea, un absoluto caos. No niego que parte de la culpa la tenga el virus. Pero estoy segura que si se hubiera invertido más en profesionales y menos en señorías, la peste hubiera sido bastante más llevadera.

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