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Confieso que escuché por primera vez la palabra resiliencia hace no más de quince años, cuando colaboraba en labores de comunicación con una ONG navarra dedicada a la atención de la infancia y la adolescencia. Xilema, que así se llama la organización, tenía unos innovadores programas para chavales con una pesada mochila a sus espaldas fruto de familias desestructuradas y de los traumáticos golpes que, en ocasiones, da la vida. Chicos y chicas que precisamente necesitaban eso, resiliencia, capacidad de adaptarse a las adversidades e intentar “rebotar” para rehacer su camino y seguir creciendo.

Y confieso también que la semana pasada, cuando la novena sinfonía de Beethoven me permitió escuchar al presidente Sánchez en la presentación del ‘Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía’, esbocé media sonrisa. Ya está aquí el “cocinero” Iván Redondo decorando con bonitas palabras un proyecto faraónico pagado por Europa, pensé. Craso error. El metrónomo de España no es tan original. La canalización de estos fondos se efectuará a través de dos de los principales instrumentos de los que consta el Fondo de Recuperación Europeo: el REACT-EU y el Mecanismo para la Recuperación y la Resiliencia. Así que la bonita expresión viene de Europa y, por lo que he podido descubrir, está más que implantada en el lenguaje económico cuando se habla de la adaptación de una empresa para mantener la continuidad de su negocio y volver a su estado inicial después de haber sufrido una brusca interrupción. Pongan como ejemplo una catástrofe sanitaria y económica como a la que nos enfrentamos en estos momentos, la cual se está llevando por delante a miles de pequeñas empresas y autónomos.

Evidentemente esa lluvia de millones de euros no va a salir gratis. Y tampoco va a ser fácil conseguirla. Se necesitarán auténticos proyectos de calado que convenzan a nuestros socios europeos de que nuestro plan realmente va a transformar la economía española. Y no solo eso. Habrá que justificar todas y cada una de las acciones que se lleven a cabo. Pero no como hacemos aquí -¿recuerdan el Plan E de los frontones en pueblos sin habitantes y las aceras recién reformadas de Zapatero?- sino a la europea. Es decir, en serio.

Y mucho me temo que no vamos por el buen camino para alcanzar esos objetivos. Si las principales preocupaciones de nuestro Gobierno son sacar adelante una Ley de la Memoria Democrática o remover la Ley del Aborto, normas que por sí mismas consiguen enfrentar más todavía a nuestra polarizada sociedad, va a ser difícil que seamos creíbles.

Si a esas inquietudes le unimos el bochornoso espectáculo que ofrecen el Gobierno central y la Comunidad de Madrid, día sí y día también, en la gestión de la crisis del coronavirus, la respuesta europea puede ser que primero arreglemos nuestros asuntos y luego ya veremos.

Si entre los objetivos gubernamentales se encuentra la esperpéntica persecución a la Monarquía, con payasadas en forma de mascarilla como la que ayer protagonizó el vicepresidente del moño en los actos del Día de las Fuerzas Armadas, resultará complicado que nos tomen en serio.

Con una reputación por los suelos como país, alimentada en las últimas semanas por buena parte de la prensa internacional, que analiza sin reparo ni sectarismo cómo se está gestionando la pandemia, ¿qué institución va a pensar que somos de fiar?

Ahora más que nunca me viene a la cabeza aquel chiste de vascos -que más de uno de ustedes conocerá-, en el que dos amigos van al monte a buscar setas. Y uno de ellos se encuentra en el suelo un reloj de oro y le dice al otro: Oye, Patxi, mira lo que me he encontrado, ¡un Rolex! Y el amigo visiblemente enfadado le responde: Iñaki, a ver si nos centramos, ¿a qué vamos, a Rolex o a setas? Pues eso.

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