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La Tierra no tarda 365 días exactos en dar la vuelta al Sol, sino que lo hace en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 56 segundos. En cuatro años, el desfase llega hasta las 23 horas, 15 minutos y 56 segundos, formando un nuevo día. Para evitar que el calendario gregoriano colapse, este desfase se corrige añadiendo un día más. Por ello, se pasa de tener un año de 365 días a uno de 366 y aparecen los 29 de febrero.

El refrán dice que “año bisiesto año siniestro”. Esta creencia tiene su origen en la cultura romana, siendo el motivo por el que se comenzaron a divulgar mitos sobre el mal fario del día 29 de febrero, causa suficiente para evitar realizar acontecimientos importantes ese día. En Grecia directamente consideraban que todo el año traería mala suerte, no sólo ese día extra. Y como para muestra vale un botón, aquí les pongo algunos “botones bisiestos” del mal fario del último siglo: el hundimiento del Titanic en 1912; el inicio de la Guerra Civil Española en 1936; el comienzo de la Segunda Guerra Mundial; en 1948 asesinaron a Ghandi; veinte años más tarde a Martin Luther King; el asesinato de Kennedy en 1968 o el de John Lennon en 1980, son algunos ejemplos de tragedias ocurridas en los años bisiestos. Aunque evidentemente no todo fue malo.

Este ojo que observa es la primera vez, en todos los años que lleva observando para la Gaceta, que le toca hacerlo en un 29 de febrero. Con todo lo que les vengo comentando, sólo me falta sacar la flauta mágica y empezar a tocar las notas de arrebato de este bisiesto 2020. Lo más sencillo es dejarse llevar por el flautista y entrar en el bosque del miedo de la mano del catastrofismo: la incertidumbre de nuestro país, el descalabro de unas economías desintegradoras y en recesión, un planeta que se estremece entre sequías, riadas, plagas, primas de riesgo, revoluciones globalizadoras de casi todo, con un “oscar” a la mejor película “Parásitos” alejada de la cultura americana y hecha en Corea... y el terror al “coronavirus” que nos aleja del otro, del vecino, del país, del mundo... que nos limita, nos da miedo, nos pone en jaque para robar al sistema de salud mascarillas a costa de dejar al “otro” al arbitrio de virus y bacterias sin nombre propio, pero que les puede derribar hacia una sencilla caja de madera. Y aun así nos desmoronamos como dioses de barro ante lo desconocido y ello nos ata a un mundo sin libertad de acción. Ya no podremos besar.

Según el raciocinio, la cultura científica, el conocimiento y haciéndome eco de las posturas del profesor Dr. y Catedrático emérito de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la USAL, Miguel Ángel Quintanilla, en su último libro titulado “Filosofía Ciudadana”, que les recomiendo, en el artículo nº 67 “Comunicación científica en situaciones de crisis” dice: “Hay una ley de hierro de la “mala” comunicación científica para situaciones de crisis: niega, simplifica, exagera y alarma”. No hay brujas ni malos farios, lo que se necesita sea bisiesto o no el año, es “información objetiva y ponderada, recomendaciones prácticas, claras y contundentes en vez de alarmismos. Es más difícil, pero más eficaz.” Totalmente de acuerdo profesor.

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