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Cristian Lanchas era carpintero en París, llevaba 17 años en este oficio y un día decidió dejar su trabajo y cambiar radicalmente su vida: quiso cumplir su sueño de vivir en el medio rural y ser ganadero, a pesar de que entonces no tenía ni idea de campo y sabía que le iba a tocar aprender sobre la marcha.
Fue en 2003 cuando se estableció con su hermano en Casillas de Flores, el pueblo de sus padres y abuelos, y entre los dos, con las “poquitas” tierras que tenían empezaron a hacer su explotación, arrendando unas parcelas y comprando otras hasta las alrededor de 70 hectáreas actuales. Miraron el tipo de raza por el que apostar -en principio había pensado en la morucha- pero después de visitar el Salón de Ganadería de París se decantaron por la gascona, procedente del sur de Francia. “No era muy conocida pero nos gustó por lo rústico, su facilidad de parto, su larga vida, también porque era cárnica pero con mucha leche para los terneros... Luego mi hermano dejó la explotación porque la veía poco viable y seguí yo”, explica.
Empezaron con 48 novillas y ahora mismo tiene 35 madres de una ganadería “autosuficiente”. “Es una raza que me gusta porque anda mucho, es de cascos negros, y se ha adaptado muy bien al calor y al frío, no deja de venir de Pirineos”, cuenta.
Ahora produce el pienso que consumen y vive del mercado que tiene esta raza con destino hacia otras explotaciones, sobre todo de Cataluña o Andalucía. Aquí en Salamanca le vendió vacas a un ganadero de Guijuelo, 10 novillas, y a otro de su pueblo, que ya las quitó al jubilarse. Según el censo de la Junta, en Salamanca hay solo en torno a 80 ejemplares de raza gascona. Cristian no conoce a ninguno que tenga en Salamanca una explotación solo con esta raza, aunque en España hay unos 5.000 ejemplares. Él atribuye que aquí sea una desconocida en parte a ‘conversaciones de bar’, en las que no se habla bien de la gascona. “Yo estoy muy contento -dice- y al final ves que otros han probado muchas razas y al final tienen una mezcla”.
Aunque está encantado con el paso que dio en su día, Cristian ahora cree que después de las dificultades que se ha encontrado, si volviera hacia atrás quizás habría sido mejor establecerse en el sur de Francia, porque le parece que habría sido más fácil empezar. Aquí no tuvo dificultades con el idioma, porque hablaba español; ni tampoco por ser francés, porque tiene doble nacionalidad. ‘En Francia dan más facilidades a los ganaderos, por ejemplo, con los derechos. Aquí son muy difíciles de conseguir. Haces un proyecto y te dan dinero pero ya cuando esté acabado y no sabes cuándo lo recibirás’ y es difícil conseguir tierras porque ‘muchas están en manos de jubilados’, explica. Ahora quiere construir un centro ecuestre y se encuentra con la dificultad de que ‘de una oficina te mandan a otra’.
Se vino por el clima porque no llueve tanto como en París; para huir de atascos, de tanta gente y disfrutar de calidad de vida y de ser su propio jefe. “Me gusta París pero no me arrepiento de haber venido”, dice el irreductible galo.
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