«Cuando va conmigo sabe que tiene que cuidarme por mi enfermedad»
Paquita llegó a la vida de Rosario Goenaga después de su primer gran brote de esclerosis múltiple: «Me obliga a mantenerme muy activa, a salir todos los días y a hacer ejercicio con sus paseos»
Ángel Amor
Salamanca
Miércoles, 6 de agosto 2025, 10:57
Rosario Goenaga, natural de Salamanca, recibió a su perrita Paquita como regalo de su marido, Manuel, tras superar su primer gran brote de esclerosis múltiple. Era el año 2020, acababan de diagnosticarle la enfermedad y su vida dio un giro radical. En medio de la incertidumbre, apareció Paquita, una perrita de aguas que acababa de nacer y que «se había quedado colgada».
«Un amigo de mi marido coincidió en el pipicán con una chica, dueña de la madre de Paquita», recuerda Rosario. «Había tenido una camada muy grande y, al ser la única hembra, se había quedado colgada». Cuando le enseñaron una foto, Rosario no lo dudó. «Era como un peluche. Fue amor a primera vista. Dos días después, ya estaba en casa».
Rosario siempre había querido tener un perro, pero su jornada laboral lo hacía inviable. «Me daba pena dejarlo solo todo el día. Pensaba que no era justo. Pero cuando me diagnosticaron la enfermedad, eso cambió; empecé a pasar más tiempo en casa. Era el momento perfecto».
Los primeros días fueron un aprendizaje mutuo. Paquita, asustada y diminuta, necesitaba adaptarse a su nuevo entorno. Y Rosario, sin experiencia previa con perros, tuvo que aprender desde cero. «No tenía ni idea de qué comían, cómo se cuidaban, si costaba mucho el veterinario. Todo me sonaba a chino y, para tenerla bien cuidada, acaba costando casi como un niño», bromea Rosario.
Además, al poco de llevarla a casa decidieron acudir a una pareja de educadores caninos que les ayudó con las pautas básicas. «Nos recomendaron marcarle nuestras rutinas. Cosas que parecen sin importancia, pero que luego se agradecen mucho».
Esa decisión fue clave para una convivencia armoniosa. «Ha sido una perra facilísima. Muy lista. Nunca nos ha destrozado nada: ni un mueble ni un zapato. Lo peor que ha hecho ha sido llevarse algún calcetín cuando era cachorra», dice Rosario. «La adiestradora siempre decía que era la más pequeña del grupo, pero también la que más rápido aprendía».
Con el tiempo, Paquita se convirtió en algo más que una mascota. Para Rosario, es su compañera en la enfermedad, una aliada silenciosa en su lucha diaria contra la esclerosis. «Me obliga a salir, a caminar, a estar activa. Hay días que no te apetece nada, que el cuerpo no responde, pero ella está ahí, y eso me mantiene activa».
La relación entre ambas es tan estrecha que, según Rosario, Paquita es capaz de detectar cuándo ella no se encuentra bien. «Cuando va con mi marido, Paquita corre por el campo, va suelta, es feliz. Pero cuando va conmigo, sabe que tiene que cuidarme: va más despacito, me espera, me observa. Si me paro, se para. Si me tropiezo, enseguida viene, me lame las manos, se queda a mi lado. Es como si supiera que algo no va bien».
Una de las anécdotas que más recuerda ocurrió durante unas vacaciones. «La llevamos al mar, pensando que lo iba a disfrutar, pero no le gustó nada y se puso mala. Estuvo dos días fatal. Cuando volvimos a casa, se tiró en el jardín como diciendo: 'por fin estoy en mi sitio'».
Ahora, cuando Rosario y Manuel van de vacaciones, Paquita se queda con los suegros de Rosario. «Están encantados con ella. Como es tan buena y está tan bien educada, la cuidan como si fuera una más. Y además les viene bien: se sienten útiles, la sacan, juegan con ella. Es una terapia para todos».
Rosario destaca la sensibilidad especial que tienen muchos perros, y especialmente Paquita. «Estas Navidades me puse mala. Ella se quedó conmigo todo el tiempo, silenciosa, sin ladrar, sin molestar. Entendiendo que tenía que estar tranquila. Me cuidaba».
A lo largo de estos cinco años, Rosario ha aprendido mucho sobre el mundo animal, pero también sobre sí misma. «No imaginaba que un perro diera tanto. Paquita no habla, pero lo dice todo con la mirada».