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Bozal para influencers

Nuestros hijos pueden llegar a creer más en lo que diga María Pombo que en su padre catedrático, juez o ingeniero

Viernes, 12 de septiembre 2025, 06:00

Entre Instagram, TikTok, X y demás redes sociales María Pombo debe rondar los cinco millones de seguidores. A una audiencia que supone el 10% de la población españoles les ha enviado un mensaje de autocomplacencia, pereza y resignación: «Hay que superar que haya gente a la que no le guste leer. No sois mejores porque os guste leer».

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Claro que habrá que respetar que haya gente a la que no le guste leer, como también hay gente a la que no le gusta estudiar, no le gusta comer sano, no le gusta hacer ejercicio, no le gusta ser sincero… Hablamos de sacrificios que no se pueden imponer, pero de ahí, a decir que no es mejor hacer eso que lo contrario… ¿Quién puede negar que alguien que se cuida física y mentalmente no es 'mejor' que alguien que descuida todo eso?

El trasfondo de este problema no es la lectura. Lo que las 'maríaspombo' de turno quieran hacer con su cuerpo y su cerebro nos es indiferente. Lo preocupante es que los influencers marcan la tendencia hasta el punto de que nuestros hijos pueden llegar a creer más en María Pombo que en su padre catedrático, médico, juez, ingeniero…

A ojos de un adulto, buena parte del contenido que generan estos influencer son tonterías, pero cada día hay más evidencias de las graves consecuencias de estas tonterías. Pombo ha lanzado una oda al antiintelectualismo: banalizar la cultura, despreciar el esfuerzo intelectual y reforzar la idea de que lo único valioso es la inmediatez de lo viral. Está mal, pero no creo que nadie se muera por ser un zoquete. Hay casos peores.

Las redes están plagadas de consejos nutricionales sin base científica. Desde un adolescente -de esos que no leen- que te dice cómo inflarte en el gimnasio y al cabo de un año sale llorando porque se ha quedado calvo y los testículos le han encogido como canicas, a la que te vende la 'dieta de las princesas Disney': cómo perder hasta diez kilos en dos semanas a base de menús absurdos. Ahí está el trágico caso de la influencer rusa Zhanna Samsonova, fallecida tras años de seguir una dieta crudi-vegana extrema.

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Lo último en temeridades de influencers es la llamada 'droga Barbie'. Algún iluminado ha descubierto que un fármaco llamado Melanotan II -que está prohibido, pero se puede encontrar en internet- cambia el color de la piel sin necesidad de tomar el sol, así que miles de chalados se están atiborrando con este producto -repito, prohibidísimo- sin saber que entre la enorme lista de efectos dañinos que produce (fallo hepático, renal, etc) está el riesgo de melanoma o -explicado para los que dicen que leer no es bueno- cáncer de piel.

Tengamos una cosa clara: los influencers no van a dejar de hablar mientras moneticen sus idioteces o mientras alguno de sus consejos no les cueste la vida, como ya le ha sucedido a varios. La pregunta es si no hay alguna forma de regular o filtrar para que los jóvenes dejen de escucharles.

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Aquí, en Salamanca, el Colegio Oficial de Médicos se organizó hace años para enterarse de dónde y cuándo se organizaban charlas de pseudoterapias y desactivarlas antes de que un sinvergüenza le diga a personas desesperadas que un chupito de cloro es el mejor remedio contra el cáncer. Funcionó.

La legislación española y europea prohibe la promoción de sustancias o servicios con supuesta finalidad sanitaria que carecen de aval científico y evidencia de seguridad.

Si LaLiga, en su lucha contra la piratería, ha sido capaz de dejar sin internet a millones de personas a las que ni siquiera les gusta el fútbol, tiene que ser posible 'apagar' a estos influencers que tanto daño hacen.

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