Pensando en Nino Diego,
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hoy sin barras
Hay movida de nuestros excelentes hosteleros, porque el virus y el gobierno tienen cerrados sus establecimientos, y a ... ellos contra la pared. En la España vaciada, faltaban por deshabitar nuestros bares y restaurantes. Ya lo han perpetrado, a medias entre los miasmas y los políticos. ¿Que somos el país del mundo con mayor densidad de bares por habitante? ¿Que tienen enorme influencia en el turismo y el PIB? ¡A tomar por saco!. Todos clausurados y la bodega en silencio. Pero lo que realmente se traspasa, ¡ay!, es España, la nación mas sociable, que mejor compartía en las barras un vino, su tapa, la amistad y el ocio.
¿Qué diablos harán hoy, sábado sabadete, a la hora de los vinos y sus rondas (sagradas, como la consuetudinaria “ley de barra”), los batuecos, las corroblas, los amigachos y los bebedores solitarios? Llevan años acudiendo puntuales al mismo local, y luego siguiendo su ruta de bares preferidos, pidiendo “lo de siempre”, y comentando la victoria de su equipo, la faena de su torero, el fallecimiento del vecino, o ciscándose en la madre del repúblico de turno. Nos han desahuciado sin contemplaciones, sin que ningún progre trate de impedirlo, ni insulte a la policía que lo vigila.
Con este triste panorama, y como habitual usuario, me han venido a la memoria –igual que conquistan la cabeza los aromas de un buen vino, placenteramente-, la de bares que he conocido y frecuentado. ¿Digo bares? Léase tascas, mesones, cantinas, colmados, hosterías, asadores, bodegones, fondas, posadas, chupiterías, gastrobares, chiringuitos, casetas... y cualesquiera otros establecimientos de vinos, tapas y comidas, que el rico lenguaje castellano ha bautizado en su larga historia. Donde esté taberna, que se quiten nombres en mala hora importados. “Si es o no invención moderna/ vive Dios, que no lo se/ pero delicada fue/ la invención de la taberna”, según Baltasar del Alcázar, en versos que tuvo reproducidos en letra gótica, Manolo el de “El Mesón”, luego su hijo Gonzalo –quinto mío-, y ahora del nieto Gonzalo. Tres generaciones. Como la de Florencia, de “La bomba”, casada con José “Valencia”, padres de mi quinto José Luis, y abuelos de José. O “La Fresa”, con lo insólito de que conviven las tres generaciones.
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El cierre de todos esos espacios de sociabilidad que son bares y restaurantes, ha sido una tragedia, para nuestros buenos taberneros, mesoneros... y sus empleados. Pero también son un infortunio para quienes no entendemos la convivencia, el trato humano, sin ese lugar común, donde hay una barra colmada de pinchos, tapas recién salidas, pidiendo “¡Comédme!”. Naturalmente con un vino serrano, ribera, rioja, toro... o una caña tirada con la maestría de Manolo “Plus”, o del primer “Villa Rosa”. A mi el virus y su cierre, me han privado ya de José “Pucela” y sus exclusivas “Patatas cachondas”.
A uno le nacieron, y se crió, en la Plaza del Mercado. En menos de cien metros a la redonda, debajo, el “Venecia”, antes “La Isla” (Cuba), de aquel villarinense emigrante; enfrente, el trajín de “Los limoneros” de Sandalio, donde acudía de chico Farina; en Obispo Jarrín “El figón del Armuñés”, de donde el mozo de Rollán, Eliseo Moro, nos subía bocadillos; a la trasera, “Llamas”, “El clavel”, “Félix”...; bajo los portalillos de la Plaza, el “Ignacio” – cuyo hijo ex futbolista, mas tarde con el “Baviera”, acaba de fallecer -, o Antonio, de “La Covachuela” – hermano del cercano “Bernardo” -, que animaba a los clientes jugando con unas monedas. Viendo, en fin, el ajetreo de tratantes, ganaderos, torerillos, gorrones y la bonita “Carmina la lotera”, en el “Bar Federico”, donde el provocador Chucha – en aquella España nacional-católica -, cada Viernes Santo engullía de una sentada, a la vista del respetable, un tostón, con una arroba de vino (eso si, empujando con pan).
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En una hostería – “El Laurel” -, asentó Zorrilla los desafíos amorosos del Tenorio y don Luis Megía; en la taberna de “Pica Lagartos”, (“Luces de Bohemia”, de Valle Inclán), el dueño les espetó a Max Estrella y don Latino, que eran unos fanáticos enemigos del orden; los flamencos de un colmado vigilaban a “La Zarzamora”, para saber quien la embrujó; y de mostrador en mostrador buscaba la Piquer a aquel marinero, rubio como la cerveza, que vino en un barco extranjero, con un “Tatuaje” en su pecho, un corazón. Media vida de España ha transcurrido en cafeses y tabernas. La de Salamanca mayormente, por ser ciudad monumental, turística, hospitalaria, bien abastada, con magníficos bares, de donde muchos salíamos medio comidos con una caña para hacer madre, un vino, sus respectivas tapas, y la usual afabilidad del dueño. ¡“Se traspasa”! Estamos jodos. (Continuará).
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