No vuelva usted mañana

Jueves, 27 de octubre 2022, 05:00

Durante lo más duro de la pandemia los ciudadanos estábamos divididos entre los que pensaban que nada sería igual tras el paso del virus y ... los que confiábamos en que, superado el bicho, recuperaríamos la normalidad auténtica, la vida de antes.

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La covid sigue circulando por ahí, pero ya no le hacemos caso, o le hacemos solo lo justo. Y la vida ha vuelto a ser como la de antes.

Si estamos peor que en 2019 no se debe tanto a las secuelas de la pandemia sino a la incapacidad del Gobierno de la nación para enfrentarse a las crisis que nos han ido azotando, a pesar de las decenas de miles de millones de euros llegados de Europa. Todavía no hemos superado el hundimiento de la economía debido a las restricciones, una situación que el resto de países del mundo civilizado ha ido venciendo hasta recuperar los niveles de producción precovid, mientras en España seguimos a la cola y no hay perspectiva de alcanzar el PIB de 2019 hasta dentro de un par de años.

Las otras dos crisis, la energética y la de la inflación, siguen castigándonos con fuerza y tampoco se atisba la salida en un horizonte cercano.

Dejando a un lado que somos más pobres y que la economía continúa tiritando, lo cierto es que ahora mismo no hacemos nada que no hiciéramos en 2019. O casi.

Porque hay reductos en los que las restricciones pandémicas permanecen enquistadas. Es el caso de la atención en las oficinas de las administraciones públicas, donde se ha instaurado a rajatabla la cita previa y los responsables parecen encantados de haber hallado la panacea que cura todos sus males, de forma que no tienen ninguna intención de recuperar la normalidad de la que los ciudadanos gozábamos antes de llegar el maldito virus.

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Lo contábamos en LA GACETA del pasado domingo: la atención en las más importantes oficinas de la Administración se ha complicado sobremanera para algunos colectivos, los más indefensos. Porque el problema no es la cita previa, que cuando funciona y no se te alarga hasta las calendas griegas, puede resultar muy cómoda, sino la especificación añadida de que ningún ciudadano sin cita pueda pisar las sagradas alfombras del poder funcionarial. Ni para decir hola, ni para realizar una mínima consulta, ni para buscar solución a una urgencia de cualquier tipo. Es lo que ocurre en Salamanca en las oficinas de la Seguridad Social, en las del DNI, el Registro Civil, en los centros cívicos del Ayuntamiento y en casi todos los organismos públicos.

El sistema condena al ostracismo y la frustración a los ancianos y a todos aquellos poco hábiles en los dominios de la tecnología. Para conseguir la cita se requieren unos conocimientos mínimos del uso del móvil o del ordenador, y no todos los ciudadanos los tienen. Existe casi siempre la opción del teléfono, pero tampoco está al alcance de todos, aparte de la paciencia que se necesita para aguantar las largas esperas con la irritante musiquita de fondo. Los mayores y las personas más necesitadas, las que no tienen ni para pagarse un teléfono inteligente, son quienes están sufriendo el desprecio y la inflexibilidad de las administraciones. A ellos ya no se les dice, como antaño, aquello de “vuelva usted mañana”, sino al contrario, “no vuelva usted mañana” que sin cita no hay nada que hacer.

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A esa injusticia se añade que muchas citas se pierden porque el ciudadano convocado no acude, y al final el número de atendidos va a menos y las colas ‘virtuales’ van a más.

Será cómodo, será muy moderno, pero nada costaba dejar un puesto de información en cada oficina para casos especiales. Sería lo normal dentro de la verdadera normalidad.

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