A nuestro REI-11,
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siempre en la brecha
Las cifras de la pandemia, y las imágenes del Palacio de Hielo de Madrid, donde llevan los ... féretros de los caídos en esta calamidad, me hacen reflexionar sobre el después. ¿Pero es que hay un después? Los creyentes estimamos que si, que “la muerte no es el final”, aunque no hablo del cielo ni del infierno. Esos destinos requieren un juicio, que si cabritos, que si corderos...No, hoy me refiero al después de dejar este valle de sonrisas y lágrimas. ¿Qué hacemos con sus cuerpos, que fueron “templos del Espíritu Santo”?
Al primero que escuché lo de “este cuerpo pide tierra”, fue a mi buen padre. Supe que era una expresión muy de Unamuno. Me bastó leer “Teresa” y sus Rimas, como la que empieza “Todos los de mi sangre, de mi raza/ duermen en tierra”; o la que trata crudamente de su “hambre de tierra”. No debía ser tanta, porque aspiraba a ser inmortal, y además no le enterraron, sino que lo alojaron en un frecuentado nicho – con su bello epitafio -, del camposanto de Salamanca, que no es precisamente un unamuniano “corral de muertos”. La expresión arraigada en el pueblo era “¡Ay, Señor, cuando me llevarás!”. La escuché mas de una vez a algunas abuelas. Lo anhelaba - con la boca chica -, “la vieja del visillo”, del humorista José Mota, que ahora ha resucitado a quienes en su ancianidad, el cuerpo maltrecho, dicen estar cansados de vivir y piden tierra.
El caso es que antiguamente los cadáveres, o iban a la piscina de formol de la Facultad de Medicina para las prácticas de Anatomía, o se les sepultaba. Cuando yo era chico lo pedía Jorge Negrete, cantando aquello de “Méjico lindo y querido”, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí”. Rogaba que le enterraran en la Sierra, al pie de los magueyales – para nosotros, agaves, cactus -, que le cubriera su tierra, cuna de hombres cabales. Y lo demanda Serrat en su formidable “Mediterráneo” : si viene a buscarme la Parca, que me entierren sin duelo entre la playa y el cielo, en la ladera de un monte mas alto que el horizonte. Quiere tener buena vista y servir para dar verde a los pinos y amarillo a la genista, la vistosa jara florecida.
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Enterrar era lo propio. Algunos pueblos lo hacen con una simple sábana - el sudario -, que según el himno de la Legión, para los suyos es la bandera nacional. Por eso, hurtar los cuerpos a la tierra quemándolos, se considera como una traición a la naturaleza, al ciclo vital, que según el Génesis comienza por nuestra creación del polvo de la tierra, amasado por Dios, el primer alfarero. Deslealtad con la Madre Tierra, la Pacha Mama, que dicen en Suramérica. En la última escena de “El primer caballero” (Sean Connery), los despojos del Rey Arturo van camino del mar, en una balsa que incendia un diestro arquero, al estilo antorcha de los Juegos barceloneses. Sin embargo es costumbre en la India desde hace siglos, lavar los pecados en el Ganges y a la hoguera. Ahora es muy frecuente entre nosotros la incineración, porque el difunto no se ocupó, o la familia no posee tumba ni panteón, y opta cómodamente por lumbre y cenizas.
Pues con la pandemia ni tierra ni fuego, sino hielo. Los antiguos llamaron “gélida” a la muerte, y en mi pueblo se habla coloquialmente del “fiambre”. Tras esta pavorosa cifra de víctimas, en Madrid se han visto obligados a habilitar el Palacio de Hielo, para conservar -sobre lo mismo que servía para patinar-, los numerosos féretros. Aunque a los fallecidos antiguamente por la peste, no los metían en los Pozos de la Nieve.
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En resumen, ni arcilla ni llamas, nieve. Hay restos mortales sin funeral ni despedidas, en cifras desoladoras. Nos lo tomamos con resignada compostura y hasta bromeamos, por no llorar. Aunque impotentes, la irritación por el desgobierno, nos pide ir a tomar al asalto la Moncloa, y desalojar al desvergonzado Pedro Sánchez, coautor de esta bíblica calamidad.
Los creyentes acudimos al Salmo : “El Señor es mi pastor”. Preferimos volver los ojos al cielo -en mi caso al Nazareno de San Julián-, pidiendo amparo para los “sanitarios”, que están en vanguardia de la lucha contra el virus; para los “uniformes”, especialmente nuestro Regimiento de Ingenieros, hoy en patrióticas tareas de misericordia en IFEMA, el Gómez Ulla o Segovia; y para los ancianos, que con sus sacrificios de toda una vida mejorando España, cotizaron por una Sanidad Pública que hoy les regatea la asistencia.
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