El bosque de olmos que soñó Ibarrola para Salamanca
La muerte del escultor vizcaíno recuerda el proyecto que puso en marcha en 1995 junto a estudiantes de Bellas Artes en el Puente Romano; y posteriormente junto a la iglesia Nueva del Arrabal. Solo una placa y los hoyos donde estaban depositados los olmos secos recuerdan un proyecto que definió como «una idea única en el mundo»
«Intentaré buscar su espíritu en la corteza de los árboles pintados, en el trazo de los lienzos abstractos o en la textura de sus esculturas de acero corten». El nieto de Agustín Ibarrola escribía en una carta al periódico 'El Correo' los sentimientos tras la pérdida de su abuelo. En Salamanca, solo una placa de bronce junto a la Iglesia Nueva del Arrabal recuerda el paso del artista por Salamanca. «Me voy para siempre, pero dejo mi huella en estos olmos», recordaba Ibarrola cuando se marchaba de Salamanca tras su gran experiencia creativa en la ciudad. Un proyecto controvertido, en sus inicios, del que ya no queda rastro. El escultor (1930, Bilbao) llegó a implicarse tanto en 'El bosque encantado' de Salamanca que la llegó a calificar como una «idea única en todo el mundo».
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Aquilino González, profesor de Bellas Artes y que entonces acababa de graduarse en la facultad, recuerda que la llegada del artista vizcaíno a Salamanca supuso «un punto de luz y de color» para los alumnos y el mundo vanguardista de la ciudad. «Fue maravilloso y muy refrescante aquella iniciativa en la que se implicó a los estudiantes y al final acabó siendo un proyecto de ciudad», recuerda el ahora docente de Escultura. El proyecto fue uno de los pocos que despertó las simpatías de alcaldes de distintas formaciones políticas coincidiendo con el final de la Alcaldía de Jesús Málaga (PSOE) y el inicio de la de Julián Lanzarote (PP) en 1995. No obstante, los inicios no fueron sencillos. El propio escultor tuvo que comparecer ante la Comisión Técnico-Artística del Ayuntamiento (5 votos a favor y 3 en contra) para defender su proyecto de crear un bosque de una treintena de olmos secos, algunos de ellos con la firma de Ibarrola, junto al Puente Romano con la idea de que volvieran a la vida revestidos de mil colores. «Parecía que habíamos sido declarados en rebeldía y que se reclamaba un ajuste de cuentas por nuestra osadía», reconocía ante aquella imagen icónica del escultor compareciendo apoyado por todos los alumnos de Bellas Artes ante el órgano municipal.
El entonces rector Ignacio Berdugo también tuvo que salir a la palestra para defender de forma pública un proyecto que llegó a paralizar la Comisión Territorial de Patrimonio por su incidencia en las vistas junto al viaducto histórico.
Sin embargo, esa suspensión se levantó y el escultor fue despedido dos meses después de su estancia en Salamanca por concejales de PP y PSOE con la mirada puesta en que un artista de la talla de Ibarrola había dejado su huella en la ciudad. La entonces concejala de Cultura, Pilar Fernández Labrador, defendía la importancia de que Salamanca pudiese presumir de «una obra de vanguardia de esa envergadura». De hecho, la idea inicial se concebía como un proyecto abierto a las colaboraciones futuras y a la implicación de artistas locales y nacionales con el objetivo de que fuese una idea contemporánea de que se fuese actualizando en el tiempo.
El propio Aquilino González recuerda que fue una «experiencia única» por un aprendizaje que les permitió experimentar con el «arte y la naturaleza» , una obra con gran simbolismo que sería atacado y vandalizado por los etarras.
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Cuatro años después, el acondicionamiento y urbanización de la margen izquierda del Tormes obligaba a retirar todos los olmos secos y trasladarlos a los viveros municipales. Allí estarían ocultos hasta que en 2001 se retomó la idea de recuperar 'El bosque encantado' tras sufrir la obra de Ibarrola el ataque de los violentos en el bosque de Oma, en mayo del año 2000, su mayor obra artística con miles de visitantes cada año y que fue germen de su actuación en Salamanca.
González fue el encargado de retomar aquel proyecto del que se barajaron varias opciones, entre las que estaba el Campus Unamuno o La Aldehuela, y finalmente se optó por un terreno situado junto a la Iglesia Nueva del Arrabal. «Llevamos seis olmos de Ibarrola y varios realizados por los alumnos para que estuviesen colocados estratégicamente. El propio Ibarrola dio el visto bueno a ese emplazamiento», recuerda González.
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Sin embargo, el paso del tiempo fue haciendo su mella. La ausencia de mantenimiento (ausencia de repintes, conservación sobre olmos secos) provocó que hubiese varios desprendimientos, lo que provocaba que fueran retirados por el Consistorio cuando hubiese riesgo de caída. González recomendó la restauración periódica cada dos años para evitar lo que finalmente sucedió.
Los últimos olmos secos fueron retirados en 2012 y tan solo una placa de bronce y los hoyos donde estaban depositados los olmos quedan como huella de aquel 'bosque encantado' con el que soñó Ibarrola.
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