A todos nos gustaría que nuestros políticos, con independencia del rango que ocupen, estuvieran bien formados profesional, intelectual y académicamente. Por desgracia, no es así. Porque a la hora de confeccionar el Curriculum Vitae no faltan ejemplos de maquillajes más o menos sutiles o ambigüedades deliberadas, cuando no flagrantes mentiras y burdos engaños para adornar las trayectorias vitales con las que pretenden inflar sus diferentes puestos representativos. Sí, esos cargos desde los que –valga la redundancia-- nos representan, mal que tal. Y por los que les pagamos.
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Escándalos sobrevenidos por causa de falsificaciones en estos documentos salen a la luz cada cierto tiempo. A veces con una programación cronológica cuando menos sospechosa. El partido rival aguarda al acecho el momento más oportuno para hurgar en la herida del oponente. Es la estrategia. Acaba de saltar el caso de una parlamentaria madrileña que en los cargos desempeñados ilustraba su trayectoria académica con títulos jamás obtenidos. Sabemos que con los medios actuales todo es comprobable en menos que canta un gallo. No entiendo esas ganas de despuntar cuando en el momento menos pensado te ponen la cara colorada. Al menos en este caso, la dimisión / destitución ha sido inmediata. En otros, aún estamos esperando justificaciones o renuncias desde hace varios años. No llegarán. Hay quien alega carreras de postín, cuando apenas ha cursado (ni siquiera aprobado) un puñado de asignaturas. Hay quien, una vez levantada la liebre, modifica la página oficial a toda prisa para sustituir la licenciatura o el grado por un «estudios en…»
Y qué decir de los másteres a gogó, sembrados a voleo hace unos años, cuando determinadas universidades de dudosísima reputación obsequiaban a políticos afectos con un título obtenido mediante corruptelas. Todo el mundo debía tener un máster bajo el brazo si quería ser alguien en los distintos parlamentos, asambleas, juntas o lo que fuera. Desde luego, peor es falsificar un expediente, con firmas y todo. No hace mucho se celebró un juicio en Salamanca por ese delito. Y peor todavía encargar a unos falsificadores que plagien la tesis de quien, ni siquiera a estas alturas, habrá llegado a conocer el tema del doctorado por el que su figura pseudo académica y política refulgió para asombro de propios y extraños.
En los parlamentos abundan personas preparadas, con sentido común y rigor académico, con títulos, doctorados y oposiciones de verdad. Pero aún quedan agazapados zoquetes que nunca han sabido ganarse la vida de forma decente, tarugos inútiles a quienes les espera un oscuro panorama laboral el día que dejen el escaño. En el caso de la parlamentaria madrileña hemos perdido (temporalmente) una política, pero acaso hayamos ganado una filóloga.
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