Dámaso Ledesma a ritmo de trap

Es algo que te pone a bailar el corazón y te hace desear salir corriendo a abrazar una encina

Miércoles, 23 de julio 2025, 05:30

Toca, Quico, toca. Es una frase de esas que se quedan grabadas en la pequeña historia de las familias, que se repite en cenas y celebraciones y que luego, cuando has dejado de escucharla después de tanto tiempo, un día vuelve a ti y te pega un zarpazo en la garganta.

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Era el pequeño salón de la casa de la calle Carpinteros y allí estábamos unas cuantas personas. Demasiadas, pienso ahora si calculo la porción de espacio que nos correspondería a cada uno. El protagonista era mi abuelo, que se reencontraba con el tamboril charro que le había traído un amigo o un familiar, no recuerdo bien. Mi abuelo, Quico, había sido un tamborilero famoso en sus tiempos por la sierra y, a decir de los que lo escucharon, destacaba sacando de la gaita un sonido armonioso y preciosista. El asunto era capturar parte de esa magia, sin más medio que el radiocasete que había por casa. Así que cuando aquel hombre que le trajo el tamboril (mi abuelo sí se había quedado con una gaita de recuerdo cuando fue dejando la música) tras pelearse con el aparato al fin fue capaz de iniciar la grabación, lo primero que quedó registrado fue: «Toca, Quico, toca». Que cuando lo oímos luego nos hizo mucha gracia.

Mi abuelo desgranó sus canciones y sones favoritos. Seguro que estuvieron «El tío Vicente», que a menudo silbaba, y, por supuesto, «La Clara». Si hay un himno salmantino es posible que sea ese, «La Clara». Mucho más allá de esa letra malvada de trasfondo envidioso y machista, es algo que te pone a bailar el corazón y te hace desear salir corriendo a abrazar una encina, sobre todo cuando estás lejos de aquí.

Pero, como gran parte de ese acervo de siglos, también esos sones se van perdiendo y, al contrario de otras músicas de raíz, tienen serios problemas para conectar con los jóvenes. Hace un par de años que un joven músico salmantino, Lemus, anda empeñado en revolucionar toda esa herencia con el berraco del Tormes (bueno, el «Berrako») como bandera. Tradición, pero con ritmo urbano (flamenco, trap, fusión) que, vaya usted a saber por qué, funciona. El otro día se subía al escenario de Ciudad Rodrigo con «La primera cena charra» y lo que pasó allí cautivó a los mayores y engatusó a los jóvenes.

Y cuando cantó con Cristina Len eso de que la Clara «va robando corazones, despertando tentaciones» en vez de «cuando va a misa se pone en el altar mayor, con un librito en la mano pidiéndole a Dios perdón» arrancaron aplausos salidos del alma de una tierra que también quiere cantar y celebrar sus historias.

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Hace algo más de un siglo otro mirobrigense, Dámaso Ledesma, agitó la etnografía al recopilar el Cancionero salmantino, que tanto impactó a compositores y poetas (el propio Lorca). Como Lemus cantando con Surco «Los ojos de mi charra», reivindicando que hay un pasado por el que merece la pena luchar. El mismo que quedó en aquella cinta cuando se hundió el REC y mi abuelo se puso a tocar.

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