Opinión

Funeral en la casa de Vox

Entre los restos del naufragio los más fieles a Santiago Abascal intentan hallar explicación a este suicido colectivo

Domingo, 14 de julio 2024, 07:36

El ambiente en las sedes de Vox en Castilla y León y en España es a día de hoy lo más parecido a un funeral. Santiago Abascal ha pilotado el barco del partido hacia el barranco y lo ha despeñado. Entre los restos del naufragio los más fieles al líder supremo intentan encontrar una explicación a este suicidio colectivo. Nadie entiende a Abascal y sus ataques de testosterona. Ha enviado a sus huestes al desierto de la oposición, donde hace mucho frío, y lo ha hecho por un quítame allá esos menas, por un asunto menor, insignificante en el contexto de una batalla formidable que debería haber emprendido contra el sanchismo y no contra el Partido Popular.

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Ese ha sido el primer gran error del caudillo de los verdes. Se ha equivocado de enemigo, ofuscado por el brillo de una quimérica victoria electoral sobre el centro derecha. La misma ambición de poder que envió al baúl del olvido a Albert Rivera cuando creyó que Ciudadanos enterraría al PP. En lugar de buscar la unidad para doblegar al monstruo sanchista de siete cabezas, Abascal ha preferido arremeter contra su socio natural y ha acabado por firmar un divorcio incomprensible, del que solo saca provecho el partido de Alberto Núñez Feijóo.

La otra equivocación garrafal de Santiago y Cierra España ha sido tomarse en serio al histriónico Alvise Pérez. Para protegerse de su excrecencia a la muy extrema derecha ha dado un golpe de timón a estribor y se ha aliado con lo peor de Europa, con los partidos que reniegan de la Unión y se sienten más cercanos a Vladimir Putin que a las democracias occidentales. Al final ha acabado abrazando las mismas maléficas compañías que los comunistas bolivarianos de Podemos.

Tras la espantada, Abascal no tiene quien le escriba. Ni entre los más acérrimos defensores de Vox se escuchan voces autorizadas que justifiquen haber mandado a paseo los acuerdos con el PP en cinco autonomías a cuenta de un acto de obligada solidaridad con los niños extranjeros sin padres. Ese divorcio coloca ahora a los verdes en la terrible disyuntiva de permitir que gobiernen sus ex del PP o echarse en brazos de la ultraizquierda encarnada ahora por este PSOE malversado por Pedro Sánchez.

Tras haber tocado el pelo del poder, los de Vox se condenan al ostracismo de los partidos antisistema y su voto ha dejado de tener utilidad, si es que alguna vez la tuvo.

Mientras Abascal y los últimos de Filipinas de Vox se preguntan por el sentido de la vida, en Castilla y León Alfonso Fernández Mañueco recupera la tranquilidad perdida y otea un horizonte despejado, acariciando el botón rojo del adelanto de elecciones para apretarlo a conveniencia. Se ha quitado de encima la molesta sombra del vicepresidente Juan García Gallardo, un insoportable dolor de muelas durante veintisiete largos meses, y ha expulsado por incómodos a dos de los tres consejeros verdes. Los dos purgados, Mariano Veganzones y Gerardo Dueñas, han roto el carné de militantes, señalando el camino a otros altos cargos de la formación.

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Mañueco conserva a su lado al titular de Cultura, el independiente Gonzalo Santonja, en un gesto de madre protectora dispuesta a acoger en su seno a los náufragos de Vox. Todos los hijos descarriados de Abascal serán bienvenidos. Ahora queda restañar los destrozos de sus antiguos compañeros de viaje, comenzando por la recuperación del dinamitado diálogo social y siguiendo por el respeto al feminismo auténtico. Solo importa seguir gobernando sin más trabas que el previsible atasco parlamentario y trabajar bajo la dirección de Feijóo en la derrota del sanchismo.

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