La bandera de España luce desde anoche en la fachada de la Plaza Mayor para celebrar la fiesta nacional. Será la única vez en todo el año que el ágora se tiña de colores diferentes a la iluminación artística que embellece sus piedras a diario. Hace no tantos años era muy frecuente verla 'recolorida' con motivo de todo tipo de eventos, pero ahora se ha decidido, con buen criterio, restringir las modificaciones de la imagen habitual de la plaza. Los salmantinos, y sobre todo los turistas, lo agradecerán. Todo lo que sea alterar las vistas a su exuberante belleza debe limitarse al máximo, en el tiempo y en el espacio.
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El caso es que hoy tiene un valor especial el hecho de que el Ayuntamiento de la capital dibuje la enseña nacional en su fachada, porque defender la españolidad de España, el Estado de Derecho y la unidad de la nación se han convertido en un acto casi subversivo. Lo que en justicia y razón debería entenderse como un signo de defensa de nuestra democracia es interpretado por las instancias gubernamentales y sus corifeos mediáticos como una expresión del fascismo del centro derecha.
A eso hemos llegado cuando nos desgobierna un Ejecutivo en funciones que se apresta a mantener el poder con el apoyo de quienes reniegan de la bandera y escupen sobre los símbolos de la unidad de la nación que aspiran a romper.
A eso hemos llegado cuando asoma en el horizonte un Frankenstein II que reunirá a los enemigos de España, a los comunistas empeñados en romper los cimientos del Estado y a los golpistas condenados por atentar contra la unidad de la nación.
A eso hemos llegado cuando Sánchez se dispone a conceder una amnistía a todas luces inconstitucional y que supone reconocer como buenos a los delincuentes catalanes y como malos a los jueces y policías que consiguieron su condena.
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La bandera de España se ha convertido hoy, día de la fiesta nacional, en un símbolo de resistencia ante los desmanes del Gobierno, aunque el presidente en funciones soportará con estoicismo su presencia en los festejos porque a Su Sanchidad solo le preocupa que no le piten. O si le pitan, que no se oiga por televisión.
Es un acierto del Consistorio de la capital dibujar la enseña en su fachada, igual que me parece un error la negativa del alcalde a participar en la protesta del día 28 para reivindicar la recuperación de la Ruta de la Plata. El Ayuntamiento, la Diputación y el resto de instituciones y representantes de la sociedad salmantina deberían apuntarse a cualquier iniciativa que coloque al Gobierno ante su vergonzoso comportamiento con nuestra provincia, a la que no ha dedicado más que desprecio en cinco años de sanchismo. No es hora de egos ni de protagonismos, sino de reaccionar ante el olvido sistemático del Oeste por parte del Ejecutivo de la nación. Y ahora solo falta que sea el PSOE el que lidere la manifestación para reivindicar la recuperación del tren. El mismo Partido Socialista que cerró en 1985 la línea de ferrocarril Plasencia-Astorga. El mismo partido que sustenta a un Gobierno que lleva años invirtiendo miles de millones en el corredor Mediterráneo y se olvida del Atlántico. El mismo Gobierno que se niega a recuperar la cuarta frecuencia del Alvia y mantiene paralizada la electrificación de la línea hasta Fuentes de Oñoro. Es de traca.
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Contra este desgobierno solo cabe la presión en la calle, los gritos y los pitos, porque el diálogo lo han reservado para los enemigos de la nación. No servirá de mucho, porque las urnas permitieron esa reedición aumentada y empeorada del Frankenstein, pero al menos supone un desahogo. Es lo que nos queda.
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