Más allá de las propuestas, las respuestas y los contenidos, más allá de la altura formal y la bajura moral de los discursos, lo que está ocurriendo estos días en el Congreso es un escándalo de proporciones históricas. La derrota de Feijóo representa tan solo el primer paso hacia la consolidación de una alianza corrosiva, apestosa e infame contra la España constitucional, contra la democracia y la igualdad de los españoles.
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Esos 178 votos contra el candidato del PP definen los contornos del nuevo Frankenstein, la suma exacta de la ambición sin límites de Sánchez más las excrecencias de los supremacistas catalanes y vascos, enemigos declarados de la nación.
Mañana viernes volverá a repetirse la foto de la ignominia, con todos los socialistas, incluido el salmantino David Serrada, retratados junto a los herederos de ETA y los golpistas catalanes, poniendo la larga alfombra roja que llevará a la coronación de Sánchez dentro de un mes.
En cuanto a la investidura fallida de Rajoy, provocó una sensación parecida a la del debate a dos de la pasada campaña electoral. Un candidato del PP tranquilo, firme y fiable, frente a un embustero profesional. Solo que en esta ocasión el candidato del PSOE nos desveló una faceta de su personalidad que no conocíamos: la cobardía de quien siendo presidente (en funciones) por primera vez en la historia de la democracia se niega a debatir con el candidato. Eso es nuevo, porque su capacidad para ningunear a la oposición, en este caso al ganador de las elecciones con ocho millones de votos en su haber, la conocíamos de sobra. La elección del ex alcalde de Valladolid, diputado raso, supone un desprecio a la sede de la soberanía nacional, y la actuación de Óscar Puente como insultador barriobajero vino a confirmar el carácter chulesco y macarra del sanchismo rampante.
Una nueva ofensa a la democracia, pero no la más grave de cuantas vamos a sufrir en las próximas semanas. La amnistía y el posterior referéndum negociado con el prófugo de Waterloo no tienen precedente en la historia de la España constitucional, si acaso, el golpe de Tejero. Porque amnistiar a quienes han atentado contra la unidad de España supone pregonar que la justicia en nuestro país no es democrática sino que está al nivel de cualquier dictadura, y permitir una consulta en Cataluña, más o menos camuflada, implica arrancar el camino hacia el aniquilamiento de la nación.
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Feijóo demostró que sigue habiendo vida en el PP, después del sonoro patinazo que supusieron los contactos tóxicos con Junts. El gallego tiene un proyecto de Gobierno muy diferente al de Sánchez, una oferta para una España diversa dentro de la Constitución en lugar de una España rota fuera de la Constitución. Y demostró capacidad para liderar una alternativa al sanchismo entregado a los comunistas y separatistas. A la vez, tuvo la inteligencia de no remarcar las distancias con Vox, el único aliado posible para reconducir al país de vuelta a la democracia y al Estado social y de derecho que define la Constitución.
Si no cambia el rumbo, el gallego tiene por delante unos años preciosos para acabar de forjar su liderazgo, ahora que también Abascal ha entendido, y así lo dejó ver durante la sesión de investidura, que conviene aparcar las diferencias entre PP y Vox en aras de un bien mayor, que es la salvación de España.
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Lo dijo ayer más claro Isabel Díaz Ayuso, quién si no: «Vamos a luchar cada día y no vamos a dejar que nos fabriquen otro país», porque el camino hacia el modelo de Venezuela «ya llegó y con más fuerza que nunca».
Veremos cosas que nos helarán el corazón, pero al menos en el horizonte se atisba una alternativa.
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