Pedro Sánchez, a semejanza de los autócratas más bizarros del Imperio Romano, se ha convertido en el mejor actor de sí mismo. Ni siquiera el olor a pocilga que ha inundado las estancias presidenciales de la Moncloa parecen haberle quitado las ganas o echado para atrás. Porque está dispuesto a todo con tal de seguir representando su propia comedia, sobre todo mientras tenga a mano unas pocas Marisús Monteros que aplaudan a paletadas -¡plas, plas, plas, plas!- el espectáculo. No me negarán que llama la atención el apasionado entusiasmo con que esta señora jalea al jefe. Tanto, -¡plas, plas, plas, plas!-, que de durar mucho la legislatura va a terminar con las palmas de las manos despellejadas. Aunque seamos sinceros, ya sabemos que lo de dejarse la piel por el líder es algo incuestionable para el que quiere mantenerse en el oficio político.
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Pero, en fin, volvamos al teatro. A este corral de comedia y tragedia sanchista por donde está pasando lo más indigno y degradado de la vida política española, mientras los espectadores —o sea, los molientes y corrientes de a pie de calle— nos sabemos burlados por un sistema que nos obliga a seguir costeando con nuestros impuestos la función. De nada sirven los congresos, los comités y cambalaches, las fotos de familia renovadas... Seamos claros: es la misma obra con diferente reparto. Aunque el respetable público lo que quiera es que de una puñetera vez se baje el telón de este espectáculo corrosivo e infame. Aunque el respetable público también, sepa que salir del engaño a la realidad no vaya a ser nada fácil.
Dice Mary Beard en su libro «Emperador de Roma» (Crítica, 2023) que «la autocracia subvierte el orden natural de las cosas y sustituye la realidad por la impostura, socavando así la confianza en lo que uno cree que ve». Nadie como esta catedrática de Clásicas, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016, para establecer paralelismos entre aquellos emperadores romanos con algunos dirigentes actuales y concluir que, aunque hayan pasado dos mil quinientos años, la falsificación y distorsión de la verdad continúan siendo principios para gobernar. Ignoro si por el pensamiento de la señora Beard ha pasado Pedro Sánchez. Lo que sí sé es que, de seguir con tantos Heliogábalos y Calígulas —en escena y entre bambalinas— vamos a tener que acostumbrarnos a vivir con el «morro arrugao» y el «corazón en un tris». Una tragedia para esta Españita rota que ya ni con los cotorreos de barra puede olvidar sus penas. ¡Qué más da! A las tiranías las aflicciones y abucheos del pueblo les importan un pito.
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