No quiero hacer leña del árbol caído ni destilar acritud. Las cosas duran lo que duran, y la trayectoria del Rey Emérito está definitivamente agotada. ... Ni quito ni pongo méritos, que para eso hay profesionales de la política, de la historia y del cotilleo; pero todo esto excede los límites del realismo mágico, que hace de lo fantástico algo cotidiano y común. Hace más de tres años, en esta misma columna, predije que los paseos triunfales por Sanjenjo se habían acabado para siempre. Creo que no me equivoqué. Las circunstancias le exigían la discreción propia de quien evade la condena porque lo dice el artículo 56.
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Por eso no sentí indignación ni rabia, sino dolor, cuando supe de ese terrible vídeo promocional, traicionero, viralizado desde cuentas de quienes dicen ser sus amigos, publicado poco después de que viniera a una comida familiar que bien podría inspirar una buena obra de teatro neoclásico. Espantoso documento de froilanesca factura, hecho por un aficionado sin recursos ni tiempo. Mercadotecnia prenavideña de guerrilla destinada a los jóvenes, propia de un tiktoker –contraria al aparente altruismo patriótico que pretende transmitir–, interpretada por un protagonista que presume de autor, sin serlo, pero que comparte estante con Isabel Preysler.
En un contexto político de divergencias irreconciliables, el vídeo ha logrado poner a todos de acuerdo. Hasta a la Casa Real lo ha tildado de «inoportuno e innecesario», confirmando que el padre del Rey Felipe se encuentra hoy bastante solo; que no cuenta con nadie que le advierta, con auténtico cariño, de sus meteduras de pata.
Hace años, hubo republicanos que se confesaban juancarlistas. Hoy, sus errores asesinaron la imagen del monarca, porque un rey constitucional no se puede permitir el lujo de equivocarse. En El sexto sentido, Bruce Willis interpretaba el papel de un psicólogo que vivía sin saber que había muerto. Salvando las distancias, Juan Carlos I aparenta no apreciar que su mejor virtud debería ser la discreción; que llegó el momento –ya hace tiempo– de recordar lo que le dijo a Chávez y predicar con el ejemplo. Por eso creo que el vídeo, al fin y al cabo, no está tan mal. Me trae recuerdos de juventud, cuando la programación diaria de TVE terminaba cada noche con ese «despedida y cierre» que se colaba en el cuarto de estar con imágenes de la familia real, el himno nacional y, cómo no, la bandera flameante.