No piensen mal. Para mí, la Peste Porcina Africana, ahora la PPA para los puristas y antes conocida popularmente como la PEPA, fue y es ... simplemente «la Africana». Como hijo y nieto de ganaderos de porcino ibérico, «la Africana» ha estado muy presente en mi vida y entiendo perfectamente el temor y la preocupación que el foco que ha surgido en Barcelona ha despertado en todo el sector del porcino. Recuerdo como si fuera hoy cómo llegó «el bicho» a nuestras vidas mediada la década de los sesenta y la angustia que se vivía cada vez que uno de los cerdos dejaba de comer, un síntoma clave en estos animales, aunque luego no fuese «la Africana», sino una simple gripe, resfriado o la clásica. Me acuerdo asimismo de las medidas y precauciones que debíamos adoptar antes de entrar en el cebadero para evitar trasladar «el bicho». Pongo tan solo un ejemplo: si los marranos «coloraos» estaban en varios cebaderos, había que tener un par de botas en cada uno de ellos, y también un mono diferente, que se debían desinfectar continuamente y, por supuesto, no trasladar de una nave a otra, por si acaso. Entonces, finales de los sesenta y principios de los setenta no se conocía mucho de esta enfermedad y del virus (el bicho) que la causaba. Había llegado a España procedente de Portugal, país que tenía colonias en África. Por resumirlo en una sola frase «aquello fue un sin vivir para todos».
Publicidad
Lo que podría denominar el segundo episodio de «la Africana» en mi vida tuvo lugar a mediados de la década de los ochenta. Fue en la recta final del proceso de negociación para la entrada de España en la entonces Comunidad Económica Europea, con unos resultados muy malos para el porcino español por culpa precisamente de la existencia de «la Africana»: la zona limpia, la zona sucia, la raya roja famosa que, con el paso del tiempo, se iba moviendo a medida que distintas zonas de España se sumaban a la parte libre. Recuerdo con todo detalle que, en 1985, cuando se firmó el Tratado de Adhesión y se puso en marcha el Plan de Erradicación, hubo cuatro personas claves que me pidieron el apoyo de Agropopular para dar a conocer las medidas que debían adoptar los ganaderos, y también los consumidores, y evitar la propagación del virus. Esas personas fueron Miguel Ángel Díaz Yubero, desde el Ministerio de Agricultura, Fernando Pascual en Asocarne (ambos ya fallecidos), Quintiliano Pérez Bonilla (Ministerio) y Antonio del Barrio como responsable de ANPROGAPOR (el sector). Todos ellos resultaron claves para que en 1994-95 España fuese declarada libre de «la Africana». También me acuerdo de cuando dimos la noticia de la primera exportación de porcino español y entrevisté al ganadero protagonista de esta «proeza», el navarro Carlos Biurrum. Cuento todo lo anterior para poner de manifiesto que entiendo, comprendo y comparto los temores de este sector. Pero también para dejar claro que, si una vez se pudo con el «bicho», que entonces se cebó con las granjas y los cerdos, es posible volver a hacerlo y terminar con «La africana», siempre, insisto, con la colaboración de todos.