Pioneros al volante. El tercer coche de España se matriculó en Salamanca
Hace 120 años que los primeros automóviles sembraron de mucha expectación y no pocos sustos las calles y caminos de Salamanca. Aquí se matriculó el tercer vehículo de España y comenzó la revolución de los transportes
Por apenas 37 días, Salamanca no registró el primer automóvil de España. El vehículo del funcionario José Luis Gordillo, el SA-1, hizo historia hace 120 años en una sociedad salmantina asombrada por los nuevos inventos.
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La prensa de aquella Salamanca provinciana de finales del siglo XIX recogía con interés y un punto de asombro las novedades relacionadas con aquellos modernos automóviles. Tal vez la primera referencia al prodigioso invento fue la noticia publicada en enero de 1897 en El Adelanto, que daba cuenta de la reciente construcción en Londres por la casa Thrupp & Maberly de “un carruaje automóvil” para la Reina Regente de España, María Cristina, madre del futuro monarca Alfonso XIII. Los salmantinos, que comenzaban a descubrir el automóvil, pronto empezarían a familiarizarse con aquellos ruidosos y peligrosos carruajes.
Los ecos del concurso de coches automóviles que se proponía organizar el Automobile Club de Paris impulsaron una artículo en el diario salmantino “El Lábaro” que, en el apartado “Progresos e invenciones, informaba de la reconversión de medio millar de carruajes en vehículos mecánicos. El articulista se rendía a lo que barruntaba como “una verdadera revolución en el modo de transporte y de locomoción”. No en vano se titulaba “¡No más caballos!”
“Una máquina de estas se desboca con más peligro que un mal jamelgo”, decía la prensa en 1899
Según “El Lábaro” la población parisién ya estaba acostumbrada a la presencia por sus calles de carruajes sin tracción animal, de los que, según el autor, circulaban más de 1.500. “El punto delicado —incidía— parece ser la educación de los nuevos maquinistas cocheros. Para eso se necesita gran prudencia y sangre fría para manejar el guía de la máquina, cualidades que ya procurarán los mismos cocheros adquirir por la cuenta que les tiene. Una máquina de estas se desboca con más peligro que un mal jamelgo de los que se usan en los coches de alquiler”.
Los salmantinos esperarían dos años para admirarse ante el paso del primer automóvil por sus caminos y tres para que la provincia registrase oficialmente el primer vehículo. Antes del verano de 1899, varios medios locales se hacían eco de la constitución de una empresa para iniciar un servicio público de transporte por automóvil entre Salamanca y Vitigudino, pero la iniciativa debió quedarse en alguna cuneta del camino.
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Lo que si quedó registrado en la historia local fue el primer paso de un automóvil por la provincia. Era el 20 de abril de 1899 y el protagonista fue Juan Manuel de Urquijo y Urrutia, segundo marqués de Urquijo, aventurero aristócrata que se había embarcado con tres amigos en la aventura de viajar de París y San Juan de Luz a Lisboa. El paso por tierras salmantinas no estuvo exento de contratiempos: a eso de las ocho de la tarde se quedaron sin combustible a la altura de Pedrosillo el Ralo y tuvieron que enviar a un paisano a la capital para que les trajese un bote de gasolina que tenían depositada —lo aventurero no quita lo previsor— en el Hotel del Comercio, a donde finalmente llegaron para pernoctar en torno a la medianoche.
Los touristas reanudaron viaje a las nueve y media de la mañana rumbo a Ciudad Rodrigo ante la expectación de numerosos curiosos que se acercaron ver de cerca aquella máquina infernal. Todo fue bien hasta después de Miróbriga, cuando el mal estado de los caminos a partir de la ribera del Azaba les obligó a renunciar a su propósito y volver a Ciudad Rodrigo. Allí optaron por tomar el tren hacia Coimbra y facturar el automóvil al mismo destino. Se ve que un siglo antes de la llegada de las autovías, cruzar al país vecino ya tenía sus inconvenientes.
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Desde el principio y salvo contadas excepciones, los aristócratas se sintieron atraídos por el embrujo de aquel nuevo ingenio que venia para revolucionar los transportes. Los vizcondes de Garcigrande y el conde de Cabrillas protagonizaban en 1900 las reseñas de la prensa local, que daba cuenta de los pases que se daban por sus propiedades.
“Salamanca está siendo casi presa de la fiebre del automovilismo”, señalaba una crónica de “El Adelanto” en octubre de 1900. “Por sus tranquilas ‘si que también` mal olientes y desempedradas calles vése, con frecuencia, rodar tal cual coche automóvil que es el asombro de los vecinos. Rodean el artefacto, preguntan, tientan los pneumáticos, y no le paran porque ¡ay! el chaufer suele salir al galope en cuanto advierte la curiosidad del inocente público”.
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Los testimonios escritos confirman que aún la presencia de un coche revolucionaba la ciudad. “Va alumbrado —contaba el cronista sobre el automóvil de los vizcondes de Garcigrande— por un farol de acetileno que, sin faltar a nadie, da más luz que los focos de arco voltaico que aquí gastamos”. “El vehículo —seguía— entró por la puerta de Zamora y siguió por la Plaza y la calle de la Rúa, rodeado de más de doscientos chiquillos. Afortunadamente, y cosa rara entre automovilistas, llevaba muy poca velocidad y no ocurrió ningún incidente desagradable”.
El mismo día, y además de mencionar las intenciones de comprarse un coche por parte de distinguidos miembros de la sociedad salmantina, el periódico anunciaba la inminente llegada desde París “en su elegante automóvil” del “condueño de La Electricista Salmantina”. Se refería a Carlos Luna Beovide, activo empresario y promotor de la ciudad, quien impulsó la empresa que había traído años antes la luz eléctrica a la capital. Luna estaba llamado a poseer el primer automóvil que se registraba en Salamanca, pero, sorprendentemente, alguien se le adelantó.
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SA-1 y SA-2
Viajar desde París a Salamanca por aquellos caminos debía de ser toda una experiencia de riesgo. Carlos Luna tuvo que hacer una escala de varios días en Hendaya para reparar los desperfectos que sufrió su vehículo en la primera mitad de su viaje. Por fin, a mediados de mes ya pudo exhibirse por la ciudad con su Mors de 12 caballos, el mismo en el que pronto se pasearía su hija Inés Luna Terrero. Un mes antes había entrado en vigor en toda España el Reglamento de Vehículos, que obligaba a matricular a los vehículos de tracción mecánica. El 31 de octubre se inscribió en Santa Catalina (Mallorca) el primer coche de España, un Clement Bayard a nombre de José Sureda. El segundo se registró poco después en Cáceres y el tercero de toda España sería en Salamanca. El protagonista, José Luis Gordillo, un funcionario de Fomento al servicio de la Hacienda Pública el que se colocó desde el 7 de diciembre de 1900 la matrícula SA-1. La ficha del índice de Obras Públicas, conservada en el Centro de Educación Vial de Salamanca describe el vehículo, de 8 caballos de potencia, de forma incompleta. No hay seguridad sobre su marca, identificada como “Tornean”. Los expertos apuntan a un error al escribir el término francés ‘tonneau” con el que se identificaba a un coche abierto. La segunda indicación de la ficha, “doble pheatón”, describía a los coches de dos filas de asientos.
Carlos Luna tuvo que detenerse en Hendaya a reparar los desperfectos del viaje desde París
Tras Gordillo y Luna, que matriculó su coche traído de París 23 de febrero de 1901, pasarían tres años hasta las siguientes matriculaciones. Cuenta Enrique de Sena que los coches sin caballos no parecían entusiasmar en principio a los potentados salmantinos. La circunvalación y algunos tramos de la calle Zamora y el paseo de Carmelitas eran las vías utilizadas para sus paseos. “El piso de Toro, de la Rúa Mayor y de San Pablo era tan accidentado que los ocupantes de los vehículos saltaban y perdían el equilibrio”.
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En abril de 1904 se matricularon nada menos que tres coches en cuatro días de abril. Gordillo y Luna repitieron y se les sumó Antonio Alonso Pérez de las Mozas, ex alcalde y personaje popular en la ciudad. Y a partir de 1907 la llegada de nuevos coches a Salamanca se hizo continua. Ese año precisamente se matriculó el primer coche en Madrid. En 1913 ya circulaban 43 matrículas y un año más tarde la cifra se había duplicado.
El ‘boom’ del automóvil en Salamanca generó una nueva demanda de servicios asistenciales. Muchos talleres mecánicos que alojaban y reparaban carruajes de tracción animal se reconvirtieron en talleres de reparación de motor, según refiere el estudioso de la historia de Salamanca José María Hernández Pérez. Fue el caso del taller de coches de Francisco González en la calle Toro; 20, el de Juan Valverde en el exconvento de San Antonio el Real; los garajes de Félix Bomati en la calle de Zamora 57/59; el negocio de diligencias de Julián Nuño, el Mosco, propietario de los terrenos donde estuvo el convento de los Mínimos; el de Raimundo del Rey, dueño de una flota de coches y carruajes que desplegó con motivo del Centenario de santa Teresa, en 1882; el Garaje Moderno, construido por Antonio Alfonso López de las Mozas junto con Pignatelli y compañía en la esquina de la carretera de Ledesma con Torres Villarroel; más tarde el Garaje Mauricio, en la confluencia de avenida de Mirat y la Puerta de Zamora y el Garaje Gran Vía, de Evaristo Hernández en el número 30 de la calle de Zamora, que luego pasó a ser el Garaje Argos y después como Garaje Saica.
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El mal estado del piso de Toro, de la Rúa Mayor y de San Pablo producía accidentes
Los garajes almacenaban la bencina en bidones de chapa reforzada, aros metálicos y boca ancha, de 200 litros de capacidad. El suministro estuvo monopolizado en principio por compañías extranjeras como Standard y Shell. Más tarde se popularizaron las latas de 10 litros con las que el cliente podía llenar su depósito mediante un embudo, y posteriormente se generalizarían los depósitos enterrados y los primeros surtidores.
La primera escuela para transformación de los cocheros en “choufeurs” fue abierta —señala también Hernández Pérez—por Bomati y Antonio Alfonso López de las Mozas el 4 de junio de 1907 en el garage Salmantino de la Calle Zamora 57/59.
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