CUANDO Alberto Núñez Feijóo llegue al poder, que según todas las encuestas fiables será en cuanto se convoquen elecciones generales, tendrá una inmensa tarea por ... delante: la reconstrucción de las instituciones del Estado tras el paso del caballo de Atila-Sánchez, que no ha dejado una incólume, desde la Monarquía al poder judicial, pasando por el Parlamento y siguiendo con los servicios secretos, la igualdad de los ciudadanos ante la ley o la seguridad jurídica.
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El gallego tendrá la tentación, a la que ya sucumbió su antecesor Mariano Rajoy, de dedicarse tan solo a la economía y dejar de lado el resto de los “líos”, como los que montó en su día José Luis Rodríguez Zapatero, entre ellos la vuelta a las dos españas con la Memoria Histórica o la condescendencia con el ‘procés’ catalán.
Cometería un error muy grave si, una vez llegado a La Moncloa, no dedica buena parte de su esfuerzo a recomponer las grietas en la democracia y el Estado social y de Derecho causadas por el Gobierno socialcomunista que nos ha tocado soportar durante los cuatro últimos años. Un Ejecutivo que ha tomado por costumbre el saltarse la Constitución y gobernar por decreto, que prefiere laminar los poderes del Estado para ponerlos al servicio de sus ‘socios’ comunistas, golpistas y filoterroristas, que solo aprueba leyes radicales instigadas por el feminismo intolerante, el ecologismo más extremista y el revanchismo supuestamente antifascista. Un Gobierno así merece una enmienda a la totalidad que Feijóo deberá acometer si no quiere decepcionar a los millones de españoles hartos de Sánchez y sus maniobras de supervivencia.
En los últimos días hemos asistido indignados a tres nuevos mazazos contra los pilares de nuestro sistema democrático. En primer lugar, los furibundos ataques al Rey Felipe y a don Juan Carlos con motivo de su vuelta a España. El Gobierno de Sánchez no solo no ha protegido a la Monarquía de las acusaciones e insultos de sus compañeros comunistas y republicanos, sino que ha insistido en exigir explicaciones a quien no tiene ninguna cuenta pendiente con la ley. Cualquiera que le haga sombra a Sánchez está en peligro con este Gobierno.
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El segundo golpe lo ha dado el presidente contra los servicios de inteligencia de nuestro país. No contento con haberle arrancado la cabeza a la directora del CNI, Paz Esteban, el jueves compareció en el Parlamento para soltar una larga lista de mentiras cuya conclusión es que los espías del Gobierno vigilaron a los golpistas catalanes por su cuenta y riesgo, sin orden, permiso ni conocimiento del Ejecutivo. No se lo cree nadie, salvo cuatro adeptos pertenecientes a los últimos reductos del sanchismo recalcitrante, pero su cobardía deja a los agentes a los pies de los caballos. El prestigio del CNI es solo una víctima más de las maniobras de resiliencia del inquilino de La Moncloa.
La tercera institución agraviada en la última semana ha sido la justicia, con ese indulto a María Sevilla, la presidenta de Infancia Libre, que ya debería cambiar su nombre por el de Infancia Secuestrada. Y todo porque la señora que raptó a sus hijos, los tuvo un año sin escolarizar y denunció en falso seis veces a su exmarido, es una simpatizante de Podemos y la esposa del líder supremo de los comunistas bolivarianos exigía su perdón para exhibirla como un ejemplo de “madre protectora”.
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Bien es verdad que el indulto, esa institución decimonónica que permite a los gobiernos reírse de la Justicia, había sido ya envilecido cuando Sánchez indultó a los rebeldes catalanes sin otra justificación que la de su propia conservación en el poder.
Si en una semana puede causar tanto destrozo, qué no demolerá Sánchez en el año y medio largo que le queda de seguir durmiendo en La Moncloa. Para echarse a temblar.
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